4 de octubre, viernes. No estaban
aún las calles puestas cuando Marisa me lo ha dicho. Ya sabes. Lo malo siempre
llega antes. Eso que nunca querríamos conocer, pues nada, se viene solo. Se extiende como chorreón
de aceite en papel de estraza de los que había antes para envolver cuando eran
tiendas y no grandes superficies.
No voy a recurrir a aquello de “madrugó
madrugada” (que es verdad), ni “Tu corazón, ya terciopelo ajado” (que también
lo es). No. Solo voy a decirte que hoy he tenido que levantar la página, que de
eso sabes tú un rato porque fueron muchos años de periodismo en primera línea.
Tu corazón ha dicho que hasta aquí había llegado y que decidía como dijo Miguel
“llamar a un campo de almendras espumosas”.
Juan Gaitán se ha quedado sin “su
amigo electo”; yo sin mi amigo desde la niñez cuando compartíamos pupitre en aquel
viejo caserón inmundo donde don José nos repetía el dictado que nos sabíamos de
memoria: “resonaba en el fondo de la galería un piano destemplado que parecía
balbucear de mala gana…”
Ahora, querido Agustín Jesús Lomeña –
porque naciste el Día de Navidad – lo que balbucea son palabras de recuerdo que
pretenden entrelazarse como las cuentas de un rosario imposible de esos que nos
enseñaron desde niños y que luego, de una u otra manera, hemos ido desgranando
a lo largo de nuestra vida.
La última vez que nos vimos fue
en el escalón de tu casa. Yo iba por la calle y tú estabas con el conserje del
edificio. Hablamos ¡cómo no del pueblo! Porque a ti te dolía un rato, pero que
un rato grande. “Cuando voy – me dijiste – no paso de casa de mis hermanas”. Te
lo reproché, me respondiste con esa sonrisa sarcástica con la que tú decías
tanto y seguimos hablando de nuestros asuntos.
Ahora te habrás encontrado con muchos
de los nuestros que se echaron delante. El maestro Alcántara ya lo sabe, pero
dile que sus glorietas siguen en pie en Málaga – ahora con muchas obras por mor
de otra línea de Metro – y en Álora. Dile también que Málaga sigue con la paloma
de Picasso en el parque y gaviotas en el puerto a donde llegan unos cruceros
enormes…
Bueno, no sé por qué te cuento
estas cosas. A ti todo te da igual porque desde ya tienes que confeccionar
otras páginas que llamamos recuerdos, pero quiero terminar como lo hiciste tu
cuando me prologaste Alora, como casi cuentos de recacha: “una sonrisa
cuesta menos que la electricidad y da más luz”. Ese, eras tú, Agustín Jesús.
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