sábado, 19 de octubre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Valera, una gran olvidado

 

                   


 Fuente del Río, Cabra (Córdoba)


19 de octubre, sábado. Acaban de cumplirse doscientos años del nacimiento de Juan Valera (Cabra 18 de octubre de 1824- Madrid, 18 de abril de 1905). La efeméride ha pasado sin pena ni gloria. España entierra muy bien a sus muertos, pero no hace lo mismo con los nacimientos.

Hombre culto, viajero, erudito y gran conocedor de su tiempo. Vivió a tope una vida no exenta de aventuras literarias, amorosas y profesionales que lo llevó por medio mundo.

Entró en la carrera diplomática y eso le hizo conocer lugares tan dispares como Nápoles, Portugal, Brasil, Alemania o Rusia, en concreto, San Petersburgo. La carrera diplomática, además, de fomentar los amores – como aquello del marino que en cada puerto tenía una mujer – también lo dotó de una formación enriquecedora por su afán de viajar y conocer idiomas. Habló y escribió, incluso, en lenguas clásicas como latín y el griego con total corrección.

Su padre venía del mundo de la mar. Vivió un tiempo en Calcuta, pero sus ideales liberales lo condenaron a hacerse cargo de las tierras de su mujer en Cabra y Doña Mencía, donde por un tiempo fue agricultor, hasta que vuelto el liberalismo fue rehabilitado y volvió a sus labores marinas.

En Cabra nació su hijo Juan. Luego, vivió – unos años en Málaga, pasó por su seminario - Granada y Madrid. Él, Juan Valera, volvió por Andalucía en ocasiones y aquí se gestan las dos novelas suyas más conocidas Pepita Jiménez y Juanita, la Larga. Obras encuadradas, quizá con cierto raquitismo dentro de la novela costumbrista, cuando en realidad encierran estudios profundos de sicología entre el amor terreno y el divino y la de ese otro amor que surge, a veces, frenado por la diferencias de edad entre los protagonistas.

Juan Valera dejó una definición muy acertada de la Andalucía que él vivió: “Este es un país pobre, ruin, infecto, desgraciado, donde reina la pillería y la mala fe más insigne. Yo tengo bastante de poeta, aunque no lo parezca, y me finjo otra Andalucía muy poética, cuando estoy lejos de aquí”.

Algunas de las aseveraciones de entonces se han superado; otras, desgraciadamente, aún perduran. Juan Valera era un hombre muy culto. En su casa de Madrid, en la calle de Santo Domingo, celebraba tertulias literarias hasta altas horas de la madrugada y a las que acudían, entre otros, Menéndez Pelayo, y un sobrino suyo, escultor, que hizo el monumento que Madrid erigió en su memoria a la entrada del Paseo de Recoletos, frente a la Biblioteca Nacional. Cabra, su pueblo, también levantó otro, pero de menor envergadura y calidad que el madrileño. Cosas que pasan.

 

 

 

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