Calle Pastora. Málaga
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de octubre, viernes. La calle
Pastora está en el Centro. Va desde la Alameda Principal a Atarazanas. La cruz
del eje la forma calle Panaderos: de Puerta del Mar al Guadalmedina.
Es
media mañana. Hervidero de gente. Van y vienen. A ambos lados, dos puntos emblemáticos:
a la izquierda, conforme se entra desde la Alameda, bajo la Delegación del
Gobierno de la Junta de Andalucía, la Antigua Casa de Guardia, fundada en
1840. Centenaria y con sabor a rancio.
¿Recuerdan:
“Málaga, ciudad bravía / que tiene más de cien tabernas / y una sola librería”?
Algo de eso. Es la taberna más antigua de la ciudad; las librerías han
proliferado; algunas buenas; otras, mejores.
Tiene
tres puertas: una, abre a la Alameda Principal; la del centro, a Calle Pastora;
en el otro extremo del mostrador, la que comunica con calle Panaderos.
Pajaretes, Lágrimas, Pedros, Vermut… Y más, y más buenos. Todos los que a usted
se le vengan a la cabeza y pueda con ellos.
De
tapas, banderillas y mariscos. Se piden aparte; las consumiciones se anotan con
tiza sobre la barra de madera del mostrador. Entre, empápese y si encuentra
algo mejor… Pues eso.
Más
adelante; en la acera de enfrente, Roto. No es tan viejo como la taberna,
pero compite en saber y en otro sabor. Anillos con letras de una máquina de
escribir, barajas de cartas, figuritas de militares, libros y revistas,
carteles, discos de vinilo…
Las
niñas – me he enterado – que encuentran aquellos cromos que, sentadas en los
escalones de la puerta, se palmeaban y si se les daba la vuelta, se ganaba;
recortables, figurines… Los niños a Kubala, Ramallets, Arza, Campanal, Rial, Di
Stefano, Lesmes… Aquellas estampitas se pegaban en álbumes con gachuela… ¡Cómo
estaría el álbum, Dios mío!
Roto vende
libros, pero no es una librería; sombreros pero no es una sombrerería – flota
el recuerdo de don Ricardo del Cid –; obras de arte, pero no es un estudio.
Me
recuerda aquellos puestos callejeros que orlan las orillas del Sena. Se puede
encontrar de todo, pero supera en calidad a los mercadillos callejeros de las
mañanas de domingo.
Todo,
un jolgorio; los que no caben en la Antigua Casa de Guardia paladean un
vino en la calle; los transeúntes se abren paso. A duras penas entra el sol… La
ciudad marca su vida y su ritmo. Tiene su música propia, como ayer, como hoy,
como mañana.
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