12 de octubre, sábado. Acaba
de abrir sus puertas la muestra de Pintores Independientes de Álora. Integra a
un grupo de artistas de diferentes tendencias y estilos que cada año exponen
sus trabajos. En esta ocasión alcanza la Décima segunda edición.
En la exposición se contemplan
obras de artistas consagrados como Cristóbal Pérez que cada año acerca su aportación
de arte como apoyo a los artistas que se abren camino con las dificultades que
entraña transitar por estos caminos; otros, como Ana María Garrido enseña su
continuidad en el dominio de la acuarela o Fernando Bernal que cada vez sorprende
con un progreso lento y seguro. El colectivo integra a más artistas. Obviamente
desconozco sus nombres y tampoco tengo el espacio suficiente para resaltarlos.
Les pido disculpas.
Ojeando la muestra me topé con
un cuadro, Almendro en flor, de Antonio Díaz Berlanga. Me vino la mente la
brisa fresca de las flores de almendros de Evaristo Guerra, los versos de don
Antonio Machado: “Campo, campo, campo y entre los olivos los cortijos blancos” (
en este caso florecillas diminutas e impolutas como son las flores del almendro
en lo más crudo del invierno).
Alguien dijo que el paisaje es
un estado de alma. Mi alma amante de los bosques impenetrables y oscuros porque
siempre tienen la sorpresa que uno menos espera, se topó con algo diferente,
distinto, lleno de sensibilidad para extasiarse un rato delante de la obra de
Antonio Díaz, quizá, ¿quién lo sabe? a lo mejor es porque se cumplía aquello del
maestro Alcántara que “entre el mirar y el ver se queda el aire”
El cuadro de Antonio Díaz
Bernal muestra un almendro solitario -
por cierto, no conozco a este hombre y anoche crucé mis primeras palabras con
él para felicitarlo – en medio de un campo de olivos. El cuadro tiene la luminosidad
que da la luz, la sagrada luz del sur, de la que hablaba Miguel Ángel Asturias;
la profundidad del campo cuando uno lo contempla y deja volar el pensamiento porque
entre esos olivos se encierran pensamientos, anhelos, vidas… y unas montañas
lejanas bajo unas nubes que probablemente sí vayan a alguna parte y que el
pintor las vio, como vio el almendro un día de paseo por el campo y se lo trajo
al lienzo y le dio su sitio.
Recortan el horizonte unas
montañas que ponen coto a una tierra de calma quebrada, a una siembra ordenada,
en este caso de olivos, o a un deseo que desde niño – según me contó – siempre despertaba
en él un cuadro con un olivo expuesto en una galería de arte cuando él daba un
rodeo para contemplarlo y ordenar sus sentimientos. Enhorabuena.
Muchas gracias por su comentario,estas palabras siempre dan ánimo para seguir aprendiendo.
ResponderEliminar