13 de
octubre, domingo. Vienen a puñados, cuando ya otros se han ido. La naturaleza
tiene cosas así. Vienen, cuando la luz dorada de la tarde echa un espurreo de
arreboles y pone el cielo de esos colores que se meten en el alma y, entonces,
decimos: ¡Dios mío!
Son
pajarillos barrunteros. No los espera nadie. No sabemos (o sí) en qué arboledas
perdidas pasaron la última noche. Vienen a su sitio. A donde siempre.
Sencillamente, porque lo marca su biorritmo. Saben que ahora que ya cambia el
tiempo que, por aquí, por el Sur, se está más calentito. Llegan los primeros
pichis, petirrojos, carbonerillos, estorninos…
Los que
buscaron cobijo en los árboles, esos ficus grandes del parque no sabían, que
aquella no era su casa. (Ya lo avisó Alberti, pero como los pajarillos no saben
leer…) pues se arremolina por las tardes en unas peleas a las que pone orden la
oscuridad de la noche.
Cantaba
temprano el ‘pajarito del agua’ o sea el carbonerillo. Anunciaba con su
canto monocorde que siempre responde a la misma pregunta.
- “Pajarito
del agua, ¿va a llover?” Y nos dice, siempre, lo que queremos oír.
Este
año, queremos escuchar, que sí, que llueve, pero…ya se sabe! Al mediodía, debió
irse de siesta porque dejó de cantar y se echaba en falta su ausencia ¿o es que
barruntaba la tormenta que llegó de pronto, a media tarde, y él buscó cobijo?
Por los
olivares de la Cuesta del Convento tenían los estorninos las aceitunas por
suyas. Ahora por mor de la sequía sin frutos en los olivos lo van a pasar mal. Se
iban y se venían a la espadaña del Santuario desde las ramas de los olivos o de
los suelos moteados por colores de pasión. En la altura, junto al pararrayos,
se ven seguros y, cuando se aleja el posible peligro, vuelven a las andadas. Buscan
y rebuscan alguna aceituna en los pimpollos o caída por los suelos.
No han
comenzado las sementeras. La gente no se atreve. Hay una duda permanente. Siempre
se nos dice que esta borrasca, no; la que viene, tal vez... Granos de hoy;
mañana, espigas de primavera. Espigas para el altar del Corpus, harina de
molino y pan en el horno. Tierras de besanas y surcos largos. Ya no hay yuntas;
los tractores, donde se han atrevido a hincar las rejas, dejan el campo de
color pardo. Por cierto, está el campo como arrancado de un cuadro de Benjamín
Palencia: ocres, amarillos, cobres… Ya están aquí, y llegan como cada año, -
algunos muy desconcertados - los pajarillos de otoño.
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