Campos sorianos en primavera.
23 de octubre,
miércoles. Llegó don Antonio Machado a Soria como
profesor de francés en su Instituto. Allí vivió, conoció el amor, supo de las
flechas que le asigno Cupido “y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario”,
supo del dolor de la muerte, y de la marcha de lo que se va para siempre.
De Soria don
Antonio se fue a Baeza. En Baeza, supo de la lechuza que venía todas las noches
a beber en el velón de aceite de Santa
María, en la Catedral – por cierto, muy cerca, al otro lado de la plaza, el maestro
‘Sifón’ tenía un muestrario de su arte, pero esa es otra historia – a la que
San Cristobalón quería espantar. Vio, también, en la lejanía, entre la bruma, Sierra Mágina y entre los olivos “campo,
campo, campo” – los cortijos blancos.
No le fue bien
a don Antonio en Baeza. La crueldad de la incomprensión entre alumnos y una
parte del profesorado le hizo daño por dentro. Ya se sabe. A veces, hay quien
se ensaña con la debilidad y el dolor de la gente. Pero, esa, también, es otra
historia aunque ahora hay quien quiera resarcir aquella injusticia del mote y
otras lindezas.
En abril de
1913, don Antonio escribió a modo de poema una carta a su ‘buen amigo’. José
María Palacio, que además estaba emparentado, en cierta manera, con él (su
esposa era prima de Leonor). Compartían, la tendencia ‘regeneracionista’ de una
España que pedía un cambio en muchas cosas y sobre todas, en la cultura y en la
tolerancia.
José María Palacio, aragonés de Huesca, murió, en 1936, en Valladolid; don Antonio, en 1939,
en Colliure, junto al mar donde va también a morir la Tramontana cuando baja
del interior a la costa. Palacio era funcionario de Montes y luego profesor en
la Escuela de Magisterio. Fundaron una revista en la que colaboró Juan Ramón
Jiménez y quisieron sembrar semillas de progreso e ilusión en una ciudad
provinciana y casi perdida en el mapa
Llena de ternura
don Antonio sus versos. Describe los campos sorianos que se abren a la primavera,
se pregunta por los chopos y por los olmos, por los trigales que deben verdeguear
entre Numancia y la subida a Oncala, por el Duero que, aún alto, ya camina hacia
la mar por…. y le pide: “Con los primeros lirios / y las primeras rosas de
las huertas, / en una tarde azul, sube al Espino, /al alto Espino donde está su
tierra…” Leonor, siempre Leonor.
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