miércoles, 23 de octubre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Palacio, buen amigo

 

 


          Campos sorianos en primavera.                  


23 de octubre, miércoles. Llegó don Antonio Machado a Soria como profesor de francés en su Instituto. Allí vivió, conoció el amor, supo de las flechas que le asigno Cupido “y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario”, supo del dolor de la muerte, y de la marcha de lo que se va para siempre.

De Soria don Antonio se fue a Baeza. En Baeza, supo de la lechuza que venía todas las noches a beber  en el velón de aceite de Santa María, en la Catedral – por cierto, muy cerca, al otro lado de la plaza, el maestro ‘Sifón’ tenía un muestrario de su arte, pero esa es otra historia – a la que San Cristobalón quería espantar. Vio, también, en la lejanía, entre la bruma, Sierra Mágina y entre los olivos  “campo, campo, campo” – los cortijos blancos.

No le fue bien a don Antonio en Baeza. La crueldad de la incomprensión entre alumnos y una parte del profesorado le hizo daño por dentro. Ya se sabe. A veces, hay quien se ensaña con la debilidad y el dolor de la gente. Pero, esa, también, es otra historia aunque ahora hay quien quiera resarcir aquella injusticia del mote y otras lindezas.

En abril de 1913, don Antonio escribió a modo de poema una carta a su ‘buen amigo’. José María Palacio, que además estaba emparentado, en cierta manera, con él (su esposa era prima de Leonor). Compartían, la tendencia ‘regeneracionista’ de una España que pedía un cambio en muchas cosas y sobre todas, en la cultura y en la tolerancia.

José María Palacio, aragonés de Huesca, murió, en 1936, en Valladolid; don Antonio, en 1939, en Colliure, junto al mar donde va también a morir la Tramontana cuando baja del interior a la costa. Palacio era funcionario de Montes y luego profesor en la Escuela de Magisterio. Fundaron una revista en la que colaboró Juan Ramón Jiménez y quisieron sembrar semillas de progreso e ilusión en una ciudad provinciana y casi perdida en el mapa

Llena de ternura don Antonio sus versos. Describe los campos sorianos que se abren a la primavera, se pregunta por los chopos y por los olmos, por los trigales que deben verdeguear entre Numancia y la subida a Oncala, por el Duero que, aún alto, ya camina hacia la mar por…. y le pide: “Con los primeros lirios / y las primeras rosas de las huertas, / en una tarde azul, sube al Espino, /al alto Espino donde está su tierra…” Leonor, siempre Leonor.

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