10 de octubre, jueves. Don Manuel
González García, o sea san Manuel Gónzález, decidió cambiar la ubicación del Seminario.
Aquel antiguo semillero de servidores de Dios y del pueblo estaba en un
edificio casi inmundo y lúgubre de la calle Santa María en el centro de la ciudad,
esquina de Molina Larios – por cierto, otro de los grandes obispos de Málaga, y
que tampoco era de aquí.
Se contaba como anécdota que
los seminaristas en una pared del edificio habían escrito: “Hasta aquí llegó el
sol” y al lado la fecha del acontecimiento. Don Manuel buscó para aquellos
futuros sacerdotes el Sol que alumbra por dentro, y naturalmente, el otro que
calienta los cuerpos.
Decidió llevarlo a las afueras
de la ciudad. Buscó un sitio en el Camino de los Almendrales. Les encargó el
proyecto a Guerrero Strachan, R. Benjumea y a F. Loring. Lo diseñaron en estilo
mudéjar - según decía él, san Manuel, sin puertas porque se entraba por la
puerta de la Capilla y con cero pesetas de fondos – de ladrillos vistos,
aireado y rodeado de árboles.
Desde la explanada, a sus pies
Málaga. Lugar ventilado, en las alturas -¿buscó estar más cerca de Dios? –
rodeado de calma donde la oración y el estudio fuesen pilares de formación, envuelto
en calma y luz, con árboles cercanos y a donde llegan las brisas del mar como
una caricia para el cuerpo y a para el alma….
En su doctrina infundió tres preceptos básicos. Jesús en el Sagrario, o sea, Oración; servir a la iglesia “de balde y con todo lo nuestro”, es decir, entrega total y desinteresada y, tercero, renuncia a sí mismo y para eso diseñaron la galería de la Obediencia donde todos los días los seminaristas a su paso pisaban lod grandes defectos que atacan al hombre: la hipocresía, la soberbia…
Desde la galería se bajaba a un
pequeño jardín y de allí a la Virgen Blanca del recreo. En la Capilla que la
dedicó al Buen Pastor, en los brazos de la Cruz puso un mensaje para que a nadie
se le olvidase. “Buen Pastor, haznos pastores buenos, danos almas por ovejas…”
Don Manuel era un hombre excepcional.
Llegó a Málaga desde Huelva – entonces arzobispado de Sevilla – donde había
realizado una labor social en la parroquia de San Pedro enorme conjuntamente
con Manuel Siurot y pretendió extenderla en Málaga. Luego los acontecimientos fueron
por otros derroteros y su vida corrió muy serios peligros. Sus días terminaron, después de un exilio en
Gibraltar, en Palencia donde está enterrado.
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