5 de mayo. Lo decía Pessoa: “No
he hecho más que soñar. Ese ha sido y sigue siendo, incluso, el sentido de mi
vida”. Ahora, cuando se ve que la coronación del puerto está más cerca, uno
echa la vista atrás y observa cómo una figura minúscula sube camino de no sabe
dónde. Es consciente de que todos los puertos se terminan en las cumbres.
De niño, cuando éramos niños, en
la escuela, mejor en aquella habitación de un vetusto edificio que llamaban ‘escuela’,
el maestro, un hombre bueno que nos aguantaba con una paciencia infinita, en
las tardes de mayo ponía unas flores en tarros de cristal (que hacían de
floreros, que naturalmente no los había) unas celindas y unas rosas bajo una
estampa de la Inmaculada de Murillo.
Entonces, al finalizar el rezo de
unas Ave Marías, concluíamos – la entonaba el maestro – con “Toma Virgen Pura nuestros corazones…”
Eran los corazones de unos niños, que soñaban con una vida que se abría casi al
otro lado de la puerta de aquella vetusta escuela, un camino que cada uno
tendría que andar con su paso y a su ritmo.
Años después, en los atardeceres
de mayo, aquel niño que se había hecho muchacho, bajaba con otros, que también
habían sido niños, y ahora ya eran muchachos como él, desde la galería hasta la
Virgen Blanca del recreo y cantaban algo que, además de muy conocida, era también
una manera de rezar y convocaban en voz alta. “Venid y vamos todos / con flores a María…”
Después, mucho después, los
recuerdos de la Virgen Blanca y de la estampa enmarcada que colgaba en el
testero del fondo de la clase (el principal estaba ocupado con un crucifijo y
con dos cuadros de señores muy serios) al niño se le viene a memoria todo
aquello que se marcaba en un barro maleable, y que otras personas fueron
dándole una forma que ya lo acompañaría siempre.
Aquel niño que se hizo grande,
hace que aflore los posos de los recuerdos. Siente un algo especial por las
tardes de su infancia, con olores a celindas y con paisajes limpios, donde
África parecía al alcance de la mano. El niño da gracias, muchas gracias,
porque tuvo la suerte de encontrar en su camino a unos hombres que lo enseñaron
a soñar para darle sentido a su vida.
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