Un hombre dio un repique largo
con la campanilla, (la campanilla estaba junto a un reloj redondo que marcaba
las horas con números romanos). Lo finalizó con dos toques espaciados.
-
Pedro, - el hombre, levantó la voz -, dale la vía dos; al correo, que viene a su hora, lo
metes por la uno.
Pedro, se dirigió a una pequeña
habitación elevada sobre el suelo de la estación y manipuló unos a artilugios a
modo de ruedas que enrollaba unas cadenas gruesas. Pedro, enjuto, mal encarado,
se tocaba con una gorra de tela, viciada hacia un lado…
-
De arriba, comentó otro hombre que estaba un poco
retirado y casi en la puerta de la cantina.
-
¿Qué?
-
Que el tren viene de arriba, le contestó al niño
que le había preguntado de manera mecánica. Cuando después del repique da dos
campanadas es que el tren, le dijo, viene de arriba; si da solo una, entonces,
es que viene de abajo.
-
¿Y eso que es?
-
Arriba, le explicó con calma, es el norte; abajo,
el sur. La estación más próxima es la de Las Mellizas por el norte; si es de
abajo, Pizarra.
-
Ah, replicó el niño sin ninguna convicción…
-
¿Por dónde viene el tren? Preguntó.
-
Por la vía.
El niño se sintió incómodo con la
respuesta. Y replicó:
-
Eso ya lo sé. Digo que por dónde viene…
En ese momento el timbre de las
balizas del paso a nivel comenzó a sonar con intensidad. Era una señal que
bajaban las barreras. El tren estaba cercano a la estación.
-
Debe venir, dijo, por la Vega Redonda, más o
menos. Si el disco (al semáforo de la vía, lo llamó, disco) está verde es que
tiene vía libre y puede pasar de corrido, sin pararse; si está amarillo (al
ámbar lo definió así) entonces eso indica precaución y deberá parar. Si está
rojo, tiene que detenerse allí mismo.
El niño lo seguía sin mucha atención.
Hay otro segundo disco, le explicó, ese está en los sifones de los Callejones,
casi a la entrada de la estación…
Al poco, una máquina de vapor
negra y enorme arrastraba unos vagones con las portezuelas cerradas y que traían
la carga dentro. El tren entró por la vía señalada. Se estacionó. Dos hombres,
con la cara ennegrecida por el carbón, se asomaban a la barandilla…
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