Llegaba cuando menos se esperaba.
Se presentaba a cualquier hora del día, sin distinguir si era por la mañana,
con el sol en el cenit, o al caer la tarde. Tampoco importaba mucho qué
estación corría del año o si llovía o hacía buen tiempo.
No sabíamos de dónde venía, ni
adónde iba, solo que venía y, después, desaparecía. Por su acento era un hombre
tierras lejanas porque pronunciaba correctamente los plurales: “os”, “as” “os”,
cosa que nosotros lo hacíamos de manera diferente y así los plurales para
nosotros eran vocales abiertas y se distinguía muy bien entre ‘trapos’ y
‘trapo’ porque era cuestión de la apertura o del cierre de la vocal.
El trapero iba de esquina en
esquina y de calle en calle. La logística de recorrer todo el pueblo así lo
marcaba, aunque había determinadas calles, en las que él, consciente de poder
tener más o menos éxito se detenía, como si por un momento se le acabase la
prisa y esperaba una respuesta desde detrás de alguna puerta medio entornada o
desde detrás de una ventana cerrada.
Desconocíamos su nombre, aunque
por lo general era un hombre ya entrado en años y al que, aparentemente, la
vida no le había ido muy bien, ni había sido generosa. Desastrado, mal vestido,
casi andrajoso, acorde con la mercancía que pretendía acopiar. Sobre sus
espaldas pendía un saco grande, que asía fuertemente con una de sus manos sobre
el hombro.
Tenía la barba de varios días y
en la comisura de los labios un medio cigarro que no se sabía si era una
colilla larga o un cigarro que había dejado de arder en algún momento pero que
él siempre llevaba en uno de los lados de su boca.
Su pregón era el mismo y
espaciaba las palabras para un mejor entendimiento de los posibles interesados.
Su voz ronca, atronadora corría de punta a punta, toda la calle. Se presentaba:
“El trapero, soy el trapero” y, luego, seguía una ensarta de posibles
mercancías de su interés: “compro trapos, ropa vieja, borra y colchones de lana,
jarras de cristal, lámparas y paraguas, muebles viejos...”. Su retahíla, larga
pero el negocio, no parecía boyante.
Al trapero de otras tierras lo
plasmó magistralmente Joan Manuel Serrat en una canción “El drapaire”. El de
aquí, no era muy diferente a aquel…
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