José Carlos Torres, es una joven
realidad en el mundo del arte de su pueblo, o sea de Álora, que también es el
mío. José Carlos Torres tiene sello propio, algo importantísimo en el quehacer
de un artista, a quien se le puede identificar porque marca diferencias.
Hace un puñado de días, cuando
terminaba la Cuaresma, pronunció el Pregón de Semana Santa al que yo, por mor
de los miedos y la prudencia, no asistí, pero que él tuvo la deferencia de
enviármelo. Por supuesto lo leí de un tirón, y cuando terminé, se me vino a la
memoria una expresión que quizá lo defina: rompe moldes.
Me quedé sorprendido (no porque
no lo esperase, que sí estaba convencido que haría algo diferente) sino por la
manera como usó los tiempos del pregón, por su contenido y por su forma. Huyó
de los convencionalismos de esos poetas que usan el nombre de la poesía en vano
y nos deleitó con algo lleno de profundidad, de enjundia, de mensaje sencillo y
llano que abre los pliegues del alma.
Sé que la obra de este joven,
tanto en el mundo de plástica como en el de la pintura, es algo tan único, tan
singular, tan suyo, que uno cuando se la encuentra delante, tiene la sensación
de hallarse ante algo que dentro de unos años – de hecho ya lo hace – cuando
irrumpa al reconocimiento generalizado, entonces, a uno le saldrá la
satisfacción de poder afirmar: lo vi venir.
Acaba de dar a conocer el cartel
conmemorativo del LXXV aniversario del Cristo Crucificado de Estudiantes. No es el momento de hacer una relación de sus
obras, que poco a poco va presentando en diferentes puntos de nuestra Comunidad
en la que José Carlos ya irrumpe con la fuerza propia de quien tiene mucho que
decir y además lo dice.
Navas-Parejo, con esta talla
emblemática en la Semana Santa de Álora, consiguió una obra plena. Cristo – no
es una imagen sanguinolenta del Barroco – aparece, no como un Dios muerto sino dormido,
en el tránsito de la vida a la muerte. Es la imagen de un Dios todo dulzura,
que acoge y que es el que el artista ahora nos acaba de regalar en esta otra
obra de su trayectoria fecunda, a pesar de su rabiosa juventud.
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