Sonó el teléfono a esa hora en
que, en algunos sitios, no tienen todavía puestas las calles. Eso de ver las
primeras luces del alba, va con Rafael. Durante los meses en los que se nos ha
dejado salir a tomar el fresco de la mañana con cuentagotas, él ha publicado
las mejores fotos de las calles de Málaga.
Captaba su belleza, porque todo, por raro que parezca, tiene su encanto.
A Rafael, que tiene apellido del
linaje de Mío Cid y la bonhomía de quien vino a hacer el bien, lo conozco desde
niño. Desde esas edades en que comienzan a fraguarse las amistades que duran
toda la vida. Qué palabra ¿verdad?, ahora que ya no existen las fraguas ni los
fuelles, ni cortafríos, ni ese golpeo sobre la forja del hierro para que
naciese el martinete y los cantes de la fragua. A lo que iba, a Rafael lo
conozco desde hace tanto tiempo, que casi ni me acuerdo.
Después de unos años, en los que
las necesidades del trabajo lo llevaron por Haro y por Agreda, donde el Moncayo
es casi el vecino de enfrente, y por otras tierras de Castilla, desde Osorno
hasta la románica Frómista, volvió a Málaga. Y con la paciencia que se puede aprender
del ‘Poverello de Asís’, cogió la guía de teléfono y nos fue congregando a
todos, y desde entonces, como que no ha vuelto a romperse el hilo.
Rafael ha echado los años de su
vida en puestos de responsabilidad en Renfe y por eso de que un ferroviario
tiene que llevar de la mano un viaje, si no en la realización, si en mente
pues…
Me ha dicho que ha andado estos
días por Manzanares. Sí, esa que está a 175 km. de Madrid, kilómetro más o
menos, esa que cuando no había autovías, siempre veíamos la torre de su iglesia
clavada en el centro de la carretera, inmóvil, oteando vientos, allá al fondo,
y que nunca llegaba…
Esta mañana, cuando sonó el
teléfono y decidimos – porque ya sí se puede – echar el día juntos, me dio una
alegría enorme. Tan es así, que se me vino a la mente aquel pasaje en que
cuenta Cervantes: “La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, tan
contento, tan gallardo, tan alborozado (…) que el gozo le reventaba por las
cinchas del caballo”. Gracias, Rafael.
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