domingo, 30 de mayo de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Otro Rafael

 

 

                                   


Rafael, “el del helado” era un hombre bajito, de nariz pronunciada, voz ronca y potente. Estaba casado en segundas nupcias con Margarita, sorda como una tapia, por lo que Rafael para comunicarse con ella, hablaba a voces, que no era que tuviese mal humor, no, sino que no tenía otra manera de que lo oyese.

Del primer matrimonio tenía un hijo, Paco. Del segundo, otro. Se llamaba igual que su padre Rafael, y de carácter totalmente opuesto a su hermano, al que nosotros conocíamos como Paco Vila.

Rafael era un buscavidas nato. Todo el año trapicheaba en lo que daba el tiempo. Compraba cáscaras secas de naranjas amargas, iba a Coín por manzanas, vendía castañas que traía de Yunquera y, en las cercanías de la Navidad, vendía peros de Ronda.

Tenía como auxiliar un borrico. Un borrico grande que era casi un medio mulo. Siempre tuvo una manera de pregonar la mercancía que lo hacía diferente. Vivía en la esquina de la Callejuela con la calle Erillas, en la misma casa donde nació el cantaor, Diego “el Perote”, quizá porque podían quedar efluvios sueltos de aquel artista del cante por la casa, o quizá, y eso era más probable, porque Rafael lo llevaba dentro.

Por este tiempo, cuando se acercaba el verano, se echaba a vender helados por el campo. Dos garrafas, en el serón del borrico y a colocar la mercancía. Su voz resonaba con una fuerza especial en las horas plomizas, lentas, interminables de la siesta:

-         “Al helado, al rico helado” y remataba el pregón: “Que riquillo es, que lo hace Margarita y lo vende Rafael…”

Tenía también una boca de ‘jierro’. De tejas arriba, caía hasta el mismísimo Padre Santo. La blasfemia era parte de su vocabulario habitual cada mañana, cuando aparejaba el borrico. Un nuevo Secretario del Ayuntamiento, alquiló la casa colindante. Su mujer, muy religiosa, escandalizada por el espectáculo diario, contactó con el párroco para que interviniese en el asunto. El hombre habló con él y lo amenazó qué de seguir así, lo denunciaría ante la Guardia Civil y terminaría en la cárcel…

Una mañana, en plena faena, el borrico se movía y amenazaba con tirar el aparejo y la carga. Rafael, con la rodilla sobre la harma, apretaba con todas sus fuerzas la cincha y entre dientes le espetaba al aminal:

-         “No te aproveches, no te aproveches…”

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