La democracia española es muy
joven. Dejó de ser niña, pasó de muchacha quinceañera, ya no es mujer recién
independizada y se ha convertido en un dechado de madurez plena que camina con
pie propio – en mi pueblo, decían de uno, que conocía a los cojos tendidos – y sabe
qué quiere y dónde le aprieta el zapato.
Se fue Franco - ¿se acuerdan? “todo atado y bien atado” – y no pasó nada. Se fue Suárez, y vino el
socialismo, y no pasó nada. Es más se fue Felipe a quien la Historia como a
otros políticos de aquella época, le reconocerá muchas cosas, y no pasó nada.
Se fue Aznar y Zapatero y Rajoy… y no pasó nada.
Ahora, después del huracán de
Madrid, ese sitio donde dijo don Antonio Machado – que también se nos
fue muy lejos del patio de Sevilla donde madura el limonero y todas esas cosas
que tantas veces hemos leído – que es el rompeolas de las Españas, parece que
hay una calma donde, amainada la tempestad, y a lo mejor dejamos de jugar con
las cosas de comer.
Había colas, y no era por las
distancias impuestas a causa de la pandemia en los colegios electorales para acceder
a las urnas. Se ha visto en esas colas a gente que, en otras circunstancias, a
lo mejor o habrían votado por correo, o se habrían quedado en sus casas, lo que
no está bien, sea todo dicho, pero allí estaban aguardando el turno correspondiente
para depositar su voto.
Ha habido demasiada polarización,
demasiado estado de tensión y crispación, demasiadas ofensas a los otros, nervios agitados más de la
cuenta por mor de unos intereses que a lo mejor ni eran tan limpios, ni tan
carentes de interés como algunos querían vender.
Hace unos días, hablaba con un
amigo. Le comentaba que este año, no veo tantas golondrinas como me ha parecido
ver en otras primaveras y que vienen irremisiblemente, como decía Bécquer de “tu
balcón sus nidos a colgar”. A mí, me queda una pregunta. Espero no quedarme sin
respuesta. ¿Volverán las golondrinas que hacen nidos de sensatez y concordia?
Que vengan esas golondrinas, que saquen camadas de normalidad, y podamos tomar
una copa, o las copas que se encarten, con quienes piensen de madera diferente.
No me negarán que sería bonito, muy bonito.
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