Cuando llegaba el buen tiempo, o
sea por mayo, entre la merienda y la cena, cuando los niños salíamos de la
escuela, la calle era un griterío ensordecedor de gene menuda que recobraba la
libertad por un poco de tiempo.
Flotaba el polen en el aire. Era
el polen de los olivares, de los campos de trigo, de los plátanos de Indias que
orillaban la vía del tren. Había un vago olor a celindos nuevos y a claveles en
algunos balcones de la calle. Entonces, no sabíamos que era eso de las alergias.
Nadie, por supuesto, hablaba de esas enfermedades.
Las bestias regresaban al pueblo
cargadas con yerba recién segada que salía por los bordes de los serones de
esparto. Traían alcaceles y arvejones, espiguitas que se conocían como llamanovios. Era el acopio de verde para alimentar al
ganado durante la noche. La tarde era amarilla y limpia. Se echaba el aire y a
campana de la Vera Cruz llamaba con una tañido lastimero y endeble a las
mujeres – eran poquísimos los hombres que acudían a aquella hora – a la iglesia.
Al caer la tarde, también
regresaban los cabreros al pueblo. El ganado invadía las calles y dejaba el
olor característico que suelen llevar consigo las piaras. Nadie conocía la
brucelosis, pero sí que de vez en cuando, alguien cogía unas fiebres que
dejaban molido todo el cuerpo y que entre la gente se conocía como “calenturas maltas”.
Las niñas jugaban entre ellas.
Una veces, al corro y, otras, se entrelazaban de sus brazos y formaban dos
filas que corrían al encuentro y al desencuentro y cantaba con voces agudas: “Yo tenía un castillo, mata larín, larín,
lirelo…” y se reafirmaban cantando lo mismo en aquella visionaria posesión.
Luego, se preguntaban: “Donde está la llave, mata larín, larín
lirelo...” Y la respuesta era siempre la misma: “En el fondo del mar….”
Había otra canción, más dulce,
más poética… “Por la baranda del cielo se
paseaba una dama, sí, sí… Y hasta decían su nombre: “que Catalina se llama” y decían que vestida de azul y blanco… y
esas cosas. Hay que ver lo que cambian los tiempos, ahora, a casi ninguna niña
le ponen de nombre Catalina, ni juegan los niños en la calle, ni cantan las
niñas canciones de una belleza inusitada, y mayo pasa como pasaremos todos.
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