El pueblo estaba corto de agua, muy
corto. Desde tiempo, mucho tiempo atrás, todos los responsables de los
Concejos, luego Ayuntamientos, anduvieron de cabeza con el tema del
abastecimiento. El pueblo crecía y el agua no era suficiente.
Se buscaba siempre en El Hacho: las
pocas fuentes del contorno estaban en sus laderas: Canca, la Viñuela, la Fuente
de la Manía, el Quedraero, la Fuente
de la Higuera, la Fuente de la Zorra y la de Pedro Sánchez. Y, además, una
leyenda urbana decía que en su interior había una gran bolsa que la almacenaba…
La necesidad tiene una manera muy especial de agudizar los deseos.
En los papeles viejos aparece que
en el pueblo, tradicionalmente, había dos fuentes que daban incluso carácter,
como los Sacramentos. La fuente alta o ‘fuente de arriba’ a la que el pueblo,
por la contracción del habla andaluza, siempre llamó: Fuentarriba y otra, en la plaza, junto a la iglesia. Era la fuente
de ‘abajo’. Según qué tiempo no siempre estuvo, a diferencia de la de ‘arriba’,
en el mismo sitio sino que la movieron por la plaza pero sin salir del entorno.
En el siglo XVI, cuando el pueblo
comenzó el crecimiento por el único sitio que podía, o sea hacia el norte, se
comenzaron las conducciones de agua para el abastecimiento. Desde el Quebradero
por medio de unos atanores se hizo una traída – una calle incluso, tuvo por
nombre Cañería – pero la poca estabilidad del terreno causaba roturas y los
consiguientes problemas.
Hay dos pleitos documentados por
culpa del agua. Con los frailes de Flores que la llevaban hasta el convento
desde el pie del Hacho por encima de la Fuente de la Higuera y que, luego,
resuelven cogiéndola del lavadero junto a la huerta del propio convento y con
el Beaterio de la Concepción a quien niegan el suministro porque dicen que no
hay agua para todos. El pleito se resolvió a favor de las beatas.
Ahora unas obras de recuperación
– afortunada decisión de la Corporación – ha descubierto parte de la obra
primera de la Fuente de Arriba, bajo el Cristo del Marcelo, junto a la calle
Santa Ana.
Los alcaldes Cristóbal Pérez, que
la trajo del cortijo Vergara, cerca del Tajo Azul que puso el agua corriente en
las casas y López de Uralde con una captación en el río, intentaron una
solución en aquel momento al problema.
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