miércoles, 18 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Desconsuelo

 

                                 


 

Álora, mi pueblo, tiene una arteria principal que lo parte en dos. Arranca en el castillo, y se pierde por la carretera de El Chorro donde el pueblo se alarga y se alarga… Bueno, eso era antes, cuando el desarrollismo se desbocó como un potro escapado.

Vino el frenazo de la primera crisis. El bocado frenó al potro en seco. Luego, levantó un poquito la cabeza y parecía que… pero no, era un espejismo. Atravesar esa arteria – como esos cateterismo que hacen en los hospitales -, cuando se viene la noche: Plaza Baja de la Despedía, Fuentarriba, Callejón, Cancula, Cervantes, Fuente de la Manía y Avenida Picasso, echa el alma a los pies. Mi pueblo ha perdido la alegría.

Desde que comenzó el horario nuevo de los cierres, la tristeza se ha mudado a vivir en la calle.  El hervidero y el bullicio mañanero, es cierto que desde hace ya un tiempo, se paraba un poco por al tardes, pero, ¿ahora? ¡Dios mío, qué pena cómo está mi pueblo! Algún despistado que regresa tarde, una moto que va alguna parte, la sirena luminosa de la Guardia Civil o la acústica de la ambulancia… y uno, entonces, se pregunta qué a quién le habrá tocado. A veces cruza un gato callejero…

Cambia un poco la cosa en la Cancula mientras hay algo de luz. Cientos, miles de pajarillos acuden a recogerse en los ficus del parque. No entienden de restricciones ni de horarios y como se las andan por otros lares, se dan el piro por la mañana y regresan al irse el sol. Hacen el cafre entre ellos y se disputan las ramas donde cobijarse.

En la Plaza Baja de la Despedía y en Fuentarriba parece que las seis de la tarde llegan antes. Han perdido el tufillo de ágora que les había concedido el pueblo. Allí se hablaba de casi todo, la gente compartía, y se ‘arreglaba’ el mundo, y como el mundo no tiene arreglo, pues eso, mañana, lo intentamos de nuevo…

Lo escribí hace unos días y lo reitero: tengo una deuda pendiente con bares y restaurantes de mi pueblo. Me puede el miedo. Tengo también una deuda con toda esa ‘otra’ gente que lo está pasando mal, muy mal. Es esa gente anónima pero que tiene nombre y apellidos. Me contaba el otro día alguien que sabe del tema, y…


 

 

 

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