martes, 10 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Buganvilla

 

 


Te has venido este otoño que apunta a verano y no quiere ser invierno, vestida con alegría de la primavera. Te has presentado como quien no quiere la cosa y has llenado el paisaje con la alegría de tu color que reverbera, llama, se ofrece, se da y pone una nota diferente ahora que el campo se viste de verde con las primeras aguas…

Su nombre se lo dio un francés nacido en Paris que anduvo por Londres y Canadá y se la encontró en Brasil. Este hombre, Louis Antoine de Bougainville, tenía un apellido de difícil pronunciación, hasta el punto que la planta a la que dio nombre, en cada sitio se pronuncia de una manera diferente, pero en todas hace evocación de su remanencia.

A Europa llego en el siglo XVIII, y se expandió rápidamente por jardines, pérgolas, tapiales… Su elevada estatura - puede llegar hasta los  12 metros de altura – y su policromía, la hace pequeña reina en los lugares donde está plantada, porque ella además, sabe defenderse con unas púas que hacen retroceder al más intrépido y osado que se atreve a meter la mano donde no debe hacerlo.

En otros lugares, como el sur y el  centro del territorio de México, le dan uso medicinal y la utilizan principalmente para tratamiento en las afecciones de las vías respiratorias: tos, asma,  o bronquitis. Sus flores, que no son flores sino brácteas, una vez bien lavadas, se hierven en agua y se les agrega para endulzarla miel de abeja. Se toma de manera oral como  puede hacerse con una  infusión.

Son plantas que en el sur de Europa soportan los calores del verano que si son muy excesivos, hacen que pierdan las hojas y en los climas más suaves, aguantan bien los inviernos templados, aunque tampoco se muestran muy receptivas a la frialdad del invierno riguroso.

Lo que nosotros vemos tan vistoso no son sus flores propiamente – hermafroditas, que apenas tiene nada especial de vistosidad salvo la pervivencia y conservación de la especie – sino brácteas axilares, que entre hojas siempre verdes, nos ofrecen un colorido purpúreo, anaranjado, rojo, magenta, blanco… Yo las tengo – a modo de columnas – para otear los vientos y llamar desde su atalaya a las abejas que pululan y liban entre las rosas..


 

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