El ‘Doce’ era un tren de
mercancías que recogía viajeros. El Doce’ era el tren en el que nosotros
íbamos a Cártama, a casa de mis tíos. Bueno, a Cártama no, a la estación de Cártama donde vivían, porque
mi tío trabajaba en la Renfe. Para nosotros, hacer aquel viaje era lo mejor que
nos podía ocurrir.
El tren traía vagones que en su
interior almacenaban pequeña paquetería que iba repartiendo por las estaciones
y recogía otras que tendría que dejar en otras del recorrido. Nosotros no
sabíamos cuál era la estación de origen, pero por la dirección, sí conocíamos
que su punto final era la de Málaga.
El ‘Doce’ debía pasar por
Álora, o sea por la estación, porque Álora tiene tres estaciones de ferrocarril
en su término municipal: El Chorro, Las Mellizas y la del propio nombre, pero
ninguna está en el pueblo, a mediodía de los domingo en su hora oficial, o sea
a las doce. Luego, por mor de aquellos
retrasos proverbiales con que circulaban los trenes en España, pasaba a la hora
que le daba la gana, hasta el punto que, a veces, acumulaba tanta demora, que llegaba a Cártama
casi cuando el tren de nuestro regreso
llamaba desde la estación anterior para pedir vía libre.
El vagón de los viajeros –
viajaba muy poca gente - era de madera. Tenía una portezuela en cada extremo y
las persianas, también de madera, de las ventanillas, se bajaban de manera manual. Casi
siempre estaban rotas, por lo que no subía ni bajaban, o sea, que estaban ancladas en la parte superior. El sol entraba
por un cristal sucio por el que veíamos el campo y las casas lejanas y, algunas
veces, el ganado, sobre todo cabras que pastaba junto a la vía del tren, pero
que ante su llegada salían en estampida.
Entre Álora y Cártama solo hay
tres estaciones. Cuando partía de Álora, la parada siguiente era Pizarra. A
veces, allí el tren estaba detenido una eternidad, en la siguiente en Aljaima,
pasaba igual solo que al arrancar, sabíamos entonces que la estación de nuestro
destino ya estaba más cerca…
Casi siempre nos entraban motas
de carbonillas en los ojos y la ropa blanca tomaba un tiente diferente, pero
todo se daba por bien empleado. La felicidad del viaje y de lo que nos esperaba,
siempre era superior…
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