sábado, 7 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Doce

 

 

 


El ‘Doce’ era un tren de mercancías que recogía viajeros. El Doce’ era el tren en el que nosotros íbamos a Cártama, a casa de mis tíos. Bueno, a Cártama no,  a la estación de Cártama donde vivían, porque mi tío trabajaba en la Renfe. Para nosotros, hacer aquel viaje era lo mejor que nos podía ocurrir.

El tren traía vagones que en su interior almacenaban pequeña paquetería que iba repartiendo por las estaciones y recogía otras que tendría que dejar en otras del recorrido. Nosotros no sabíamos cuál era la estación de origen, pero por la dirección, sí conocíamos que su punto final era la de Málaga.

El ‘Doce’ debía pasar por Álora, o sea por la estación, porque Álora tiene tres estaciones de ferrocarril en su término municipal: El Chorro, Las Mellizas y la del propio nombre, pero ninguna está en el pueblo, a mediodía de los domingo en su hora oficial, o sea a las doce.  Luego, por mor de aquellos retrasos proverbiales con que circulaban los trenes en España, pasaba a la hora que le daba la gana, hasta el punto que, a veces,  acumulaba tanta demora, que llegaba a Cártama casi cuando el tren de  nuestro regreso llamaba desde la estación anterior para pedir vía libre.

El vagón de los viajeros – viajaba muy poca gente - era de madera. Tenía una portezuela en cada extremo y las persianas, también de madera, de las  ventanillas, se bajaban de manera manual. Casi siempre estaban rotas, por lo que no subía ni bajaban, o sea, que estaban  ancladas en la parte superior. El sol entraba por un cristal sucio por el que veíamos el campo y las casas lejanas y, algunas veces, el ganado, sobre todo cabras que pastaba junto a la vía del tren, pero que ante su llegada salían en estampida.

Entre Álora y Cártama solo hay tres estaciones. Cuando partía de Álora, la parada siguiente era Pizarra. A veces, allí el tren estaba detenido una eternidad, en la siguiente en Aljaima, pasaba igual solo que al arrancar, sabíamos entonces que la estación de nuestro destino ya estaba más cerca…

Casi siempre nos entraban motas de carbonillas en los ojos y la ropa blanca tomaba un tiente diferente, pero todo se daba por bien empleado. La felicidad del viaje y de lo que nos esperaba, siempre era superior…


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario