José
María Pérez Lozano a quien yo no conocí y del que tengo imágenes a través de
fotografías en blanco y negro, era un señor delgado, que usaba gafas de pasta
con montura redondeada, con la nariz un
poco larga y cara de serio.
Nació
en Navalmoral de la Mata, un pueblo que he cruzado muchas veces cuando me
escapaba a La Vera, o sea a Cuacos de Yuste, o cuando venía de vuelta buscando
la comarca de los Ibores para bajar por Guadalupe.
Entonces, quiero decir, hace unos años, se
atravesaba el pueblo que uno ya se sabía de memoria. Se cruzaban las vías del
tren y se pasaba por la puerta del campo de fútbol del Moralo, al que nunca vi jugar, pero que a mí
me caía bien y por el Campo de Arañuelo, y se salvaba el Tiétar y, aparecían
unas plantaciones de hojas grandes y verdes espolvoreada por aspersores de agua
que caía como una lluvia fina a pesar de ser verano y de estar el cielo
despejado de nubes…
A
lo que iba. José María escribió un libro delicioso. Lo publicó en 1958. El
libro del que no me he desprendido y al que recurro muchas veces se llama Dios
tiene una O. Cuenta cosas preciosas y lleva con mucha poesía a la vida del
devenir diario. Es un cuento apócrifo donde un niño que se llamaba Jesús abría
los ojos y pensaba en voz alta con su madre que se llamaba María…
Cuenta
del romano que iba por la calle en una cuadriga de ocho caballos y de los
paseos que ese niño daba con su madre…, y que el niño veía que la luna era
blanca pero que Madre, su madre, siempre le ganada a la luna porque ella era
luminosa…
No
conoció, probablemente, José María, los atardeceres de otros sitios como esos crepúsculos largos de
Torremolinos, la ciudad que, años después, ofreció sus playas y su luz a muchas
personas de los lugares más dispersos que acudían a ella. Y así, además, de que
Dios tiene una O, uno se entera que Dios con su luz casi embrujada, también
tiene una generosidad tan grande que llena de dulzura y compañía el corazón del
hombre solitario que camina por su playa…
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