miércoles, 25 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Olores

 

 

                                      


 

Todos los meses del año tienen olor propio. No lo piden prestado. Es el suyo. Enero huele a flores de almendro; febrero, a noches de viento; abril a azahar; mayo a rosas nuevas; julio a rastrojos; agosto de lunas grandes; septiembre a vendimia; octubre a otoño. Pero y noviembre ¿a qué huele noviembre?

No, no me digan nada. No me gusta el olor a crisantemos ni ese olor de contar los años por muertos: setenta y uno de mi padre, cincuenta y dos de mi abuela, veintiséis del amigo entrañable, veinticuatro de mi mujer, catorce de mi hermano, trece de mi madre… No me gusta el olor de los crisantemos.

Noviembre huele a sementera. A besanas de surcos largos, a yunta que levanta la tierra y deja que con el helor de la mañana se condense un vaho blanquecino que flota a dos palmos del suelo. Detrás de la yunta iba siempre una bandada de pipitas que se alimentaban de los bichillos que salía del interior, de las entrañas calientes de la tierra.

Huele también a aceitunas moradas. Cumplieron ciclo y ellas se sostienen en las ramas de los olivosos esperando la vara que las eche al suelo. Han cumplido: fueron trama en primavera, pespuntes verdes por san Juan. (“Una por san Juan, ciento en Navidad”) y ahora el tributo rendido que se viene, ungüento divino, a la mano del hombre.

Luego será el molino (almazara, muela, tolva, trujal, molturación, alpechín, orujo… letanía de nombres cada uno con su cometido). Antes, la aceituna venía del campo a  la troje (en mi pueblo era femenino ) y puesta sobre la superficie plana una piedra a modo de cono giraba y giraba sobre ella. A la piedra la movía una bestia. Después la electricidad. Todo se perfeccionó. Ahora son otros artilugios los que la mueven pero ahora como entonces el molino huele a aceite nuevo. Es un olor penetrante, fuerte, distinto. Un olor tan suyo, tan propio que invita a rebanada de pan y a tostón empapado…

Noviembre sostiene con una mano la otra mano, la otra se llama diciembre y escribe olores  entrañables de gente que vuelve, reencuentros, añoranzas y que por lo que dicen este año va a tener unos olores distintos, tan diferentes que solo tendrán un parecido con los olores de otros años por el mismo tiempo.


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