domingo, 1 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Crisantemos y rosas

 

 


Si hoy fuese un día normal, quiero decir un día como todos los años es el primero de noviembre, un río de gente con ramos de flores, iría en procesión a todos los cementerios. Los grandes, los pequeños, los de pueblos perdidos o los medio pensionistas. Hay varias cosas que nos unen siempre. La hora de comer y la muerte, a horas diferentes, pero no fallan nunca.

Yo no soy aficionado a esas visitas. De hecho, acudo como hace todo el mundo, porque a uno no se le olvidan los suyos,  pero no en estas fechas. No recuerdo haberlo hecho nunca en un día como hoy.

He estado en algunos cementerios en los que el dolor no me llevaba allí, sino la curiosidad o la admiración que uno siente por  determinadas personas. Ha habido de todo. Asombro ante el abandono, pena ante el olvido, sorpresa ante la nimiedad, tristeza ante lo que allí queda…

Del cementerio de San Miguel en Málaga, recuerdo el epitafio de una lápida,  conforme se entraba a la derecha: “La deuda que los mortales contrajeron al nacer / pagó dejando de ser, Pedro Alcántara Corrales” Alguien me ha dicho – no sé si será cierto – que fue alcalde Málaga.

En San Fernando de Sevilla, o en Córdoba  - por cierto, ponerle el nombre de Nuestra Señora de la Salud, a un cementerio… - en Soria, “Con los primeros lirios / y las primeras rosas de las huertas, / en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra…” o sea, Leonor, y en Coliure, él, es decir don Antonio, en El Roncal: Gayarre. En París, en Monmartre, conforme se baja del Sacre Coeur: Stendhal,  Gautier o Zola…

Si España no estuviese bajo la pandemia que  la azota, hoy habrían facturado – porque también se vive de la muerte - mucha gente más de los que los van a hacer:  taxistas, los que venden flores, velones, productos de limpieza, o los que ponen puestos con las cosas más raras a los otros lado de las tapias…

Y cuando a la noche se apaguen las mariposas y la luna, que ya ha comenzado a mermar, después de estos días asombrosos, se filtre por entre las ramas esquivando las sombras de los cipreses, se harán verdad, una vez más, los versos de Bécquer: “ ¡Dios mío, que solos se quedan los muertos!”


 

 

 

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