Si hoy fuese un día normal,
quiero decir un día como todos los años es el primero de noviembre, un río de
gente con ramos de flores, iría en procesión a todos los cementerios. Los
grandes, los pequeños, los de pueblos perdidos o los medio pensionistas. Hay
varias cosas que nos unen siempre. La hora de comer y la muerte, a horas
diferentes, pero no fallan nunca.
Yo no soy aficionado a esas
visitas. De hecho, acudo como hace todo el mundo, porque a uno no se le olvidan
los suyos, pero no en estas fechas. No
recuerdo haberlo hecho nunca en un día como hoy.
He estado en algunos cementerios
en los que el dolor no me llevaba allí, sino la curiosidad o la admiración que
uno siente por determinadas personas. Ha
habido de todo. Asombro ante el abandono, pena ante el olvido, sorpresa ante la
nimiedad, tristeza ante lo que allí queda…
Del cementerio de San Miguel en
Málaga, recuerdo el epitafio de una lápida, conforme se entraba a la derecha: “La deuda
que los mortales contrajeron al nacer / pagó dejando de ser, Pedro Alcántara
Corrales” Alguien me ha dicho – no sé si será cierto – que fue alcalde Málaga.
En San Fernando de Sevilla, o en
Córdoba - por cierto, ponerle el nombre
de Nuestra Señora de la Salud, a un cementerio… - en Soria, “Con los primeros
lirios / y las primeras rosas de las huertas, / en una tarde azul, sube al
Espino, al alto Espino donde está su tierra…” o sea, Leonor, y en Coliure, él, es
decir don Antonio, en El Roncal: Gayarre. En París, en Monmartre, conforme se
baja del Sacre Coeur: Stendhal, Gautier
o Zola…
Si España no estuviese bajo la
pandemia que la azota, hoy habrían
facturado – porque también se vive de la muerte - mucha gente más de los que los
van a hacer: taxistas, los que venden
flores, velones, productos de limpieza, o los que ponen puestos con las cosas
más raras a los otros lado de las tapias…
Y cuando a la noche se apaguen
las mariposas y la luna, que ya ha comenzado a mermar, después de estos días
asombrosos, se filtre por entre las ramas esquivando las sombras de los
cipreses, se harán verdad, una vez más, los versos de Bécquer: “ ¡Dios mío, que
solos se quedan los muertos!”
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