Dios quiso, y cuando Dios lo
quiere, está todo dicho. Fue así. Tuve la suerte de nacer aquí. A orillas de un
río, el Guadalhorce, en Andalucía, en el Sur de España, donde los inviernos no
son tan crudos como en otros sitios y los veranos tan calurosos como los que
pueden darse en cualquier lugar. Vamos, que no hay miseria. Llueve poco, casi
siempre estamos pidiendo agua, pero algunas veces a Dios se le va la mano y se
lía…
El pueblo está sobre unas colinas
(para ver mejor el horizonte, no crean), a la falda del Monte Hacho y del Monte
Redondo, por donde cada tarde se va el sol camino de América. Por su vega,
porque abajo hay una vega, corre el río
que nace en tierras lejanas y sin el que nosotros casi no podríamos vivir,
porque forma parte de nosotros mismos. No se entiende el pueblo sin el río
aunque él, que atraviesa sin prisa la vega, lo ve desde abajo cuando mira hacia
las alturas.
El río viene de tan lejos, que
cuando se harta de andar por los caminos que abrió con el paso de los años,
hace un regate como aquellos extremos buenos que dejaban sentado al defensa....
Más o menos. Nace en el puerto de los Alazores, baja entre olivos y antes de
llegar a la llanura, hace el primer giro y ya no se va buscando las llanuras
del otro río, el Guadalquivir, que él allí no tiene nada que se le pierda.
Luego, porque es caprichoso, le
dice adiós desde lejos al Torcal y a las torres de las iglesias y a los
cipreses que se asoman a la tapias de los conventos y… gira y rompe la caliza y
abre un desfiladero único, soberbio y entre azahares en abril y tierras verdes
a los dos lados, en verano marca el surco por el que se va camino del mar…
En las tardes de otoño, el sol
dora las calizas de la Sierra del Valle y sus aguas parecen cristalinas y hace
que sueñe mucho y bonito. En su ribera nacen álamos negros, sauces, aneas y
cañas y juncias que se bambolean cuando las acuna el viento. Y Álora, entonces,
desde la altura lo ver irse hacia la mar que dicen que es el morir…
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