Subíamos al campanario. Aquello
era una aventura. Una de nuestras aventuras más complacientes. Al campanario se
entraba – y se entra - por una puerta, que más que puerta es una portezuela
pequeña, al final de la nave del Sagrario,
entre el altar de Santa Rita y el Baptisterio. La puerta está pintada de
negro. No sé si el negro era por reflejo del manto de Santa Rita o porque a
Vicente, el sacristán, le había parecido bien el color.
Para subir hay una escalera
estrecha de caracol. Huele a orines de monaguillos. Es umbría y oscura. Los
primeros tramos, siempre tenían un olor muy repelente. Allí nunca entra el sol.
Un ventanuco diminuto con forma de caja de zapatos puesta de pie, deja entrar
la claridad.
Al llegar al primer tramo, todo
se ensanchaba. Una gran ventana con una reja de forja, permitía la entrada de
la claridad. Los rayos del sol, según que época, bañaban parte de la estancia.
En el centro colgaban llenas de nudos una gruesas sogas con flecos en las
puntas, que se perdían por el techo. Servían para tocar las campanas. Un
pasadizo sin puerta, permitía la entrada al coro…
Las campanas tocaban según a qué
hora a misa, al rosario, a vísperas, al ángelus, a agoni, a fuego, (agoni y
fuego eran dos manera de la muerte), a gloria y entonces era un repique que
llenaba de jolgorio todo el ambiente. Cada vez que tocaban las campanas, salían
despavoridos los pajarillos que estaban en la cubierta de la torre y las
palomas que anidaban en su oquedades.
La escalera que subía hasta lo
más alto, ya no era de caracol. Era amplia y luminosa. Tenía un ventana que no
era ni grande ni pequeña y dejaba entrar el sol. Cuando subíamos nosotros, los
palomos que no tenían anunciada la visita, salían de manera atropellada con un
aleteo nervioso y precipitado.
Cuando llegábamos al Cuerpo de campas,
nos parecían que eran más grade, y el pueblo más pequeño… Las gentes que
deambulaban por la plaza parecían figuritas de barro como muñequitos que no se
estaban quietos en ninguna parte. El campo, al alcance de la mano, y algunas
veces, si el aire venía de cara, se oían los cantos de los gallos. Lo que más
impresionaba desde aquella altura, era la luz, la sagrada luz que hacía al
pueblo más blanco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario