jueves, 30 de abril de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Rittwagen





La Ética enseña como deberían ser los hombres. Los cuadros de Jaime, son como la ética, pero en la pintura naïf. Reflejan ciudades ideales: coches de juguetes y perros callejeros, niños felices y bicicletas por el parque, palmeras y motoristas, coches de caballos y el que lleva la escalera, toneleros con néctar divino de las bodegas de López Hermanos, soldados, y el pavero en el Muro de Puerta Nueva.

Jaime Rittwagen, es el notario de aquella ciudad de entonces que fue y ya no es,  con sabor a pueblo provinciano, que rompía moldes cada atardecer cuando el ‘melillero’, el único barco de renombre que entonces venía al puerto, se echaba a la mar y tocaba tres pitidos largos de sirena…

Jaime, casi ve los barcos venir desde el balcón de su casa y se los trae al lienzo como quien pasea a su nieto de la mano. Canta y cuenta la vida de Málaga: la espontaneidad de la calle, la luz, el color y lo que, fuerza de ver cada día, casi no valoramos.

Sus cuadros son un muestrario de vida: tacos de jabón Lagarto,  tiendas de quincalla en calle Compañía, curas con bonete y manteo,  tranvías que anunciaban “Ceregumil”, “Anís del Mono” o “Casa Ortega” del Palo a la Alameda, bañistas en la playa o el Compás de Victoria por donde la gente iba y venía al centro. Se vendían máquinas Singer en la Plaza del Carbón y Entrambasaguas, gafas…

Puerta del Mar, la Trinidad, El Molinillo, Puerta Oscura o la Merced, la Plaza de la Constitución o la Catedral, Pedregalejo y Atarazanas… Se asoman al lienzo y entablan un diálogo de tú a tú con el espectador que se acerca curioso a admirar la obra.

Jaime, le dije un día, ¿por qué siempre pintas un gato?  y me contestó: porque “Málaga sin gatos en el Guadalmedina y sin palmeras en el parque, no sería Málaga, sería una ciudad cualquiera….” Jaime es todo bonhomía, la saca a sus lienzos y  la muestra con dulzura.

Puede que lleguen a tiempo para tomar el último tranvía. Aquel que el maestro Alcántara lo llamó de “sol con jardinera” y lo vio partir, bordeando la bahía, cuando ya no estábamos en guerra aquel verano en que su padre lo llevaba de la mano. (¡Qué suerte han tenido los niños a los que sus padres los llevaban de la mano!).





                                     






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