La Ética enseña como deberían ser los hombres. Los cuadros
de Jaime, son como la ética, pero en la pintura naïf. Reflejan ciudades ideales:
coches de juguetes y perros callejeros, niños felices y bicicletas por el parque,
palmeras y motoristas, coches de caballos y el que lleva la escalera, toneleros
con néctar divino de las bodegas de López Hermanos, soldados, y el pavero en el
Muro de Puerta Nueva.
Jaime Rittwagen, es el notario de aquella ciudad de entonces
que fue y ya no es, con sabor a pueblo
provinciano, que rompía moldes cada atardecer cuando el ‘melillero’, el
único barco de renombre que entonces venía al puerto, se echaba a la mar y tocaba
tres pitidos largos de sirena…
Jaime, casi ve los barcos venir desde el balcón de su casa
y se los trae al lienzo como quien pasea a su nieto de la mano. Canta y cuenta
la vida de Málaga: la espontaneidad de la calle, la luz, el color y lo que, fuerza
de ver cada día, casi no valoramos.
Sus cuadros son un muestrario de vida: tacos de jabón Lagarto,
tiendas de quincalla en calle Compañía,
curas con bonete y manteo, tranvías que
anunciaban “Ceregumil”, “Anís del Mono” o “Casa Ortega” del
Palo a la Alameda ,
bañistas en la playa o el Compás de Victoria por donde la gente iba y venía al
centro. Se vendían máquinas Singer en la Plaza del Carbón y
Entrambasaguas, gafas…
Puerta del Mar, la Trinidad, El Molinillo, Puerta Oscura o
la Merced, la Plaza
de la Constitución
o la Catedral, Pedregalejo y Atarazanas… Se asoman al lienzo y entablan un
diálogo de tú a tú con el espectador que se acerca curioso a admirar la obra.
Jaime, le dije un día, ¿por qué siempre pintas un gato? y me contestó: porque “Málaga sin gatos en el Guadalmedina
y sin palmeras en el parque, no sería Málaga, sería una ciudad cualquiera….” Jaime
es todo bonhomía, la saca a sus lienzos y la muestra con dulzura.
Puede que lleguen a tiempo para tomar el último tranvía.
Aquel que el maestro Alcántara lo llamó de “sol con jardinera” y lo vio
partir, bordeando la bahía, cuando ya no estábamos en guerra aquel verano en
que su padre lo llevaba de la mano. (¡Qué suerte han tenido los niños a los que
sus padres los llevaban de la mano!).
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