miércoles, 22 de abril de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las cabras





‘Chiripiqui’ tiene más de un ciento de cabras, docena y media de ovejas sucias y lanudas, que esperan la llegada de mayo para que las esquilen, y tres perros ‘ganaeros’.  

Es moreno, de estatura media y ágil como una culebra en verano. Conoce los nombres de las yerbas y casi todos los secretos de la sierra. Sabe cuándo va a cambiar el tiempo, ‘porque lo anuncian las cabras’, porque algunas piedras chorrean, por cómo vienen las nubes, o por el aire. Sabe cómo hay que curar a las cabras con miera, o cuándo hay que ponerle un botijo a los chivos ritones. Todas las cosas, suele decir, tienen su tiempo.

Chiripiqui tiene cabras ‘veleñas’, ‘granaínas’, ‘murcianas’  y son de todos los pelos: florías, negras, alunaradas, canas… Aquellas dos payoyas, me dijo una tarde que me lo encontré por el camino, las recogí cuando eran unas chivas en Grazalema, un año que fui por mayo a la romería de San Isidro.

Los perros son inquietos, lo andan todo y cuando los manda: “anda con ellas” van, y le vuelven el ganado. Sube todos los días, a eso de media tarde, y se adentra por las quebrabas del arroyo. Lleva de acompañamiento, una sinfonía de cencerras. Algunas veces, llega hasta la ‘Poza Grande’, otras, sube hasta la ‘Charca de los Esparteros’. Depende de cómo lleven el careo.

Le gusta el cante. Él dice que no, pero se canturrea de vez en cuando algo: “El canto de la perdiz, /y el perfume de la sierra, / el ganado en la sementera, / es lo que me gusta a mí a llegar la primavera”.  Y si se arranca, sigue:  “El petirrojo en la zarza, / la abubilla en el olivo, / la alondra con su cantar / la zamaya en los caminos / y en el río el pato real”.

Cuando se encuentra con Juanillo ‘Panseco’ y Bartolo, ‘el Rata’ echan un cigarro. Se apoya, dejándose caer, en un garrote de acebuche que remata en un miriñaque a modo de arrebol, y en el cuello lleva una honda de siete ramales. 
“Donde pongo el ojo, pongo la piedra”, dice. Hablan de sus cosas entre ellos. Les dice donde hay un buen encerraero, porque Juanillo pone lazos a los conejos como nadie, pero “en tiempo de cría, no, porque me quedo sin simiente”. Bartolo, ve los espárragos a una legua…




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