viernes, 17 de abril de 2020

Una hojas suelta del cuaderno de bitácora. Carta al Maestro Alcántara





Querido Maestro:

Dice el calendario que hace un año que te fuiste. Eso es cosa de las hojillas del almanaque, porque tú, en realidad, no te has ido…Ya sabes, cuando algo se mete dentro, muy adentro, no sale nunca.

Tuve la suerte de no figurar en la ‘nomina’ de esos amigos tuyos que ahora lo pregonan a los cuatro vientos, o las cuatro esquinas del cuadrilátero. Se me agolpan los recuerdos. Ordenarlos  es casi una quimera.

Noches de cena y sobremesa, que casi tocaba el alba: Los hermanos Durante, Fermín y Adolfo; Jaime Rittwagen, ese amigo que nos pinta Málaga con un peculiar estilo naïf que en el fondo es la esencia de lo que fuimos, y Frutos que, cerrado el restaurante, acercaba la silla a la mesa y tú nos dabas la palabra certera y apropiada.

Semanas de Cultura Andaluza, y nos trajiste a Garci y a Ana Rosa, y a Matías Prats que preguntó “¿Cuánto tengo yo que dar para pagar esto? porque esto hay que pagarlo” y nosotros dijimos, al revés, maestro, al revés.

Y los viajes a Madrid con Juan de conductor, y Paula y la perrita que no daba un ruido, y las cenas en el Guetaria y el rato compartido en el Sancta Santorum del Boxeo, que tenías allí en tu casa…

Aquella tarde, quedamos citados en la Cosmopolita, al encontrarnos le preguntaste a Fernando – otro amigo del alma -, compañero, que, había pintado una barca y le puso “Lola”  y que levantó el vuelo demasiado pronto,   “Fernando, me han dicho que andas malillo”… Y te contestó: ”Tarjeta amarilla maestro, lo mío ha sido tarjeta amarilla”.

Se las andaba la madrugada por los tejados de Málaga. Compartíamos noche en La Tasca. Llegó un hombre mayor (lo de viejo, como que no), vendía tabaco en una cajita colgada de su cuello. Le pediste un “Goya”, no tenía, entonces elevaste la vista sobre la caja con esa forma de mirar que solo tenías tú y le solicitaste… uno cualquiera, y vino lo más sorprendente. Le peguntaste al camarero como un susurro, “ ¿cómo se llama”? “Rafael”, contestó. “Convide a don Rafael” dijiste en voz alta, y todos supimos de aquella magna lección…

Y aquel almuerzo en María: Tú, Barbeito, y yo de oyente. Entonces supe que sí, que es verdad, que existen los Reyes Magos…

Hace unos meses, Fulgencio y Paco Campos, hablábamos de ti dando un paseo por la huerta – que a ti no te gustaba porque tú eras hombre de ciudad y de orilla de la mar – . Hace un rato, en esta mañana de primavera que el cielo se derrama a intervalos, Fulgencio me ha enviado unos textos sublimes que han publicado sobre ti. Gracias Maestro (yo sí lo pongo con mayúscula) Alcántara.



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