Mañana del
Viernes Santo. Temprano, (casi amaneciendo) trompetas legionarias despiertan al
pueblo, luego las paracaidistas, y otras, las de las bandas propias, y... Trasiego,
forasteros que acuden y propios que vuelven. Niños en los hombros y sudores en
el alma. No se cabe… Jesús y Dolores entre el gentío que se entreabre sólo lo
justo para dejarles paso…
De morado
y claveles rojos, acude a la “Despedía” Jesús Nazareno de las Torres…
De legión
y oro la Virgen.
Todo es
discrepancia. Todo se cuestiona. ¿Llueve?, ¿hace calor? ¿por qué se retrasan? Y
por encima de todo el “ganador”. Culmen de la exteriorización de la Semana Santa. Espectáculo
singular. El pueblo dividido en dos mitades -benévolo y complaciente para todo
lo propio; censor inmisericorde contra todo lo del rival- responde a una
llamada totémica.
Los tronos
en el centro de la plaza provocan el delirio, se acercan, se arrodillan. Abajo,
arriba, retroceden, otra vez de rodillas. Arriba… ¿Quién se levantó primero? La
polémica…
Música de
bandas militares, vítores, palmas, y el suspiro contenido que se le escapa de
la garganta. Jesús por la calle Ancha, retorna al castillo de las Torres.
Dolores, a su templo. Y una conclusión: no es “despedía”, sino reencuentro. Vengan y vean. Volverán, y luego, si
quieren, lo cuentan.
Cuando éramos niños, mi madre a las tres de la
tarde, nos congregaba junto a ella. Arrodillados delante del Crucifijo, mi
madre entonaba el Credo. Rezábamos tres Credos (¿tres caídas?, ¿tres clavos?),
ya estaba el Señor muerto…
Ya faltan uno de los niños y la
madre que entonaba el Credo. Un puñado de lágrimas. Nudo a la garganta. Viernes
Santo. Demasiados recuerdos.
Por la noche, de la Vera Cruz
sale la Piedad, o el Silencio “porque podemos hablar distintas lenguas pero
todos hablamos el mismo silencio”. María, con Jesús en sus brazos muerto…
Entre hachones avanza el Santo
Entierro. Un tambor ronco, un catafalco… ¡Ay la muerte! Este año más injusta y
ciega como aquella, como todas las muertes de siempre.
Del castillo baja la Virgen de
las Ánimas. La arropa el pueblo. Penitentes, promesas, fervor, misterio…
Al filo de la media noche, la
Soledad está en la calle. María lleva su dolor, el propio, el pueblo, el
acumulado durante el año… “Esta noche no han de abrirse las rosas de los
rosales…” Viernes Santo… A lo que se ve –¿ o sí? – este año no toca…
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