Dicen
que andaban una tarde de cháchara en el cielo. Hablaban de sus obras y de sus
andancias por la tierra. Don Miguel contaba que: “En un lugar de la Mancha
de cuyo nombre no quiero…” Don
Miguel, interrumpió un angelito entrometido que escuchaba la conversación, ¿eso
no fue en Sevilla? Esbozó una sonrisa, no le hizo caso, y siguió contando…
Así,
dijo, comencé el más grande mis libros. Cuando anduve por los Percheles de
Málaga, respiré las brisas salinas que venían de la mar, vi como florecían las
rosas en primavera, y busqué un pintor que las inmortalizara. Me dijeron que
aún no había nacido, que lo haría unos años después, en la calle Tomás de
Cózar, y que se llamaría Leonardo Fernández…¡Cómo lamenté que nuestros tiempos
no coincidieran…!
Me
contaron también, que ese niño jugaría en Calle Granada y en la Plaza de la
Merced, donde también jugó Picasso, pero eso para otro día, y en los
descampados que rodeaban el Teatro Romano y que se fijaba en todo, tanto, tanto,
que hasta los detalles más mínimos, los llevaría a sus lienzos.
Todos
escuchaban en silencio y continuó: Sus bodegones
son únicos, exuberantes, plenos. Su pintura se desmarca de aquella naturaleza
muerta del siglo XVII, porque él pinta la vida, la que nos acompaña al revolver
de una esquina, la que está en el frutero de la casa o la que al entreabrirse
el día viene con las brisas del alba…
Podemos hablar, agregó, de los patios andaluces. Ahí
es un maestro. Lo borda. Agua, flores, cerámica rota, macetas y testeros
desvencijados, desconchones y grifos, paredes que de puro viejo se caen… el
paso de la vida misma. Da igual, porque Leonardo lo saca de lo cotidiano, lo
eleva, lo acerca y lo hace saborear: nísperos maduros, uvas moscateles o
tintas, cerezas ahítas, o las manzanas que pudieron ser las del pecado…
Y dijo más. Lo que más me gusta de sus lienzos son sus
rosas
ajadas: rojas, violetas, amarillas… en vasos de cristal, como los vasos que
había sobre los veladores de las señoritas de entonces, cuando esperaban a
quien había de venir con chaqueta de hilo crudo, corbata de palomita y zapatos
negros. Sus jazmines, blancos, diminutos, ensoñadores…
Leonardo,
les dijo, estudiará con Juan Baena y, se convertirá en el representante más
genuino de Escuela Malagueña del XIX… Y
dicen que levantaron la tertulia.
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