miércoles, 29 de abril de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Leonardo, sensualidad y color




Dicen que andaban una tarde de cháchara en el cielo. Hablaban de sus obras y de sus andancias por la tierra. Don Miguel contaba que: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero…”  Don Miguel, interrumpió un angelito entrometido que escuchaba la conversación, ¿eso no fue en Sevilla? Esbozó una sonrisa, no le hizo caso, y siguió contando…
Así, dijo, comencé el más grande mis libros. Cuando anduve por los Percheles de Málaga, respiré las brisas salinas que venían de la mar, vi como florecían las rosas en primavera, y busqué un pintor que las inmortalizara. Me dijeron que aún no había nacido, que lo haría unos años después, en la calle Tomás de Cózar, y que se llamaría Leonardo Fernández…¡Cómo lamenté que nuestros tiempos no coincidieran…!
Me contaron también, que ese niño jugaría en Calle Granada y en la Plaza de la Merced, donde también jugó Picasso, pero eso para otro día, y en los descampados que rodeaban el Teatro Romano y que se fijaba en todo, tanto, tanto, que hasta los detalles más mínimos, los llevaría a sus lienzos.
Todos escuchaban en silencio y continuó: Sus bodegones son únicos, exuberantes, plenos. Su pintura se desmarca de aquella naturaleza muerta del siglo XVII, porque él pinta la vida, la que nos acompaña al revolver de una esquina, la que está en el frutero de la casa o la que al entreabrirse el día viene con las brisas del alba…

Podemos hablar, agregó, de los patios andaluces. Ahí es un maestro. Lo borda. Agua, flores, cerámica rota, macetas y testeros desvencijados, desconchones y grifos, paredes que de puro viejo se caen… el paso de la vida misma. Da igual, porque Leonardo lo saca de lo cotidiano, lo eleva, lo acerca y lo hace saborear: nísperos maduros, uvas moscateles o tintas, cerezas ahítas, o las manzanas que pudieron ser las del pecado…  

Y dijo más. Lo que más me gusta de sus lienzos son sus rosas ajadas: rojas, violetas, amarillas… en vasos de cristal, como los vasos que había sobre los veladores de las señoritas de entonces, cuando esperaban a quien había de venir con chaqueta de hilo crudo, corbata de palomita y zapatos negros. Sus jazmines, blancos, diminutos, ensoñadores…

Leonardo, les dijo, estudiará con Juan Baena y, se convertirá en el representante más genuino de  Escuela Malagueña del XIX… Y dicen que levantaron la tertulia.

















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