Noviembre, 7 viernes
Hace sol. Ha amanecido uno de esos días luminosos
que Málaga nos regala cuando ya está avanzado el otoño. No llueve, a pesar de
que las previsiones decían que sí, que podría llover. Corre un viento más frío
que otras veces. Dicen que viene del norte. Al igual trae un suspiro de nieve
de esa que ya corona algunas cumbres. Al revolver la calle se antoja gélido.
En la esquina de Puerta del Mar con Alarcón Lujan
frente a Herrería del Rey donde yo he tomado un chocolate con churros, un muchacho
disminuido sentado sobre un artilugio que le permite moverse ofrece a los
transeúntes un periódico. El muchacho tiene una sonrisa amplia su cara. El muchacho
tiene el blanco de los ojos, más blanco que el blanco de los ojos de los que
nos andamos por estas tierras.
Nadie le hace caso. Nadie le intercambia la ‘mercancia’
por unas monedas. Yo tampoco. Busca unas monedas sin pedir: sólo ofrece y le
devolvemos la calderilla del silencio. El muchacho debe tener también frío,
porque el viento que corre se nota en la cara, pero él ofrece una sonrisa de
dientes blancos.
No sé dónde va a dormir cuando llegue la noche el
muchacho del periódico en la mano y los dientes blancos. Tiene los pantalones
sucios. Las zapatillas están ajadas.
Probablemente mitigue el frío al amparo de algún cajero, en un portal de
la calle, en un albergue de acogida o en un piso oliendo a sudor y a humanidad,
entre humos y sueños que se han evaporado, porque en los países ricos, existe
la mayor de las pobrezas, la que no tiene materialidad. La pobreza del alma.
Cuando esta noche, después de una cena caliente,
y un ratito de lectura que es lo que suelo hacer habitualmente me vaya a la
cama, mi conciencia me hará pensar en el muchacho que vino de lejos, que cruzó
el mar y no se quedó en el cementerio marino de ese mar que un día fue
“nuestro”, sino que vino a la tierra cálida del sur y se encontró con una
gélida respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario