Noviembre, 5 miércoles
En los
meses de invierno amanecía más tarde. Hacía frío en el campo. Los hombres
‘echaban’ una candela para calentarse antes de ‘meter mano’. Buscaban ramas,
casi siempre mojadas por el rocío y yerbas secas.
Las
mujeres…No sé en qué condiciones arrancaba el trabajo de las mujeres que
acudían a ‘la faena’. Estoy seguro que también tenía que ser muy duro. En el
llano de la estación, en el interior de un almacén con puertas grandes y
abiertas… Escarcha y dedos helados; en los meses de verano aflojaba un poco la
faena y, entonces, el ‘enemigo’ era el calor.
Cuando
había carga para el acarreto el ‘pilero’ llamaba a alguno de la cuadrilla y se montaba
el primer viaje. El transporte se hacía con las bestias. Una o varias yuntas.
Una reata y al almacén. Si estaba lejos: dos, a lo sumo tres viajes en el día.
Venían
de mañana, como a eso de media mañana para ser más preciso, con las primeras cargas.
La fruta, la que daba el tiempo: naranjas, limones, granadas… tenía un primer
destino en la faena. Luego un vagón de ferrocarril y tira millas.
-
“Estas porque son agrias, van a un barco que
llega al puerto y, de allí a Inglaterra, para mermelada”
Quien
informaba a lo mejor ni sabía de barcos ni de mares ni por qué parte quedaba
eso de Inglaterra. Probablemente, tampoco nunca habría probado la mermelada
inglesa… ¡En fin, tiempos!
La
fruta se trataba con cuidado: se empaquetaba en jaulitas de madera y se careaba
envueltas en papel fino con dibujos de colores y unas letras estampadas que
daban señas del remitente.
Eran
las manos de la mujer. Siempre la mano sublime de la mujer para dar el toque
postrero. Siempre ella ¿Qué sería del mundo sin las manos de la mujer?
En los
días soleados se trabajaba al aire libre; se buscaba una sombra; cuando el
tiempo no lo permitía, a cubierto. Los pañiles estaban forrados con lona recia
por dentro y con pleita de esparto por fuera. El volquinazo, y de la pila se
seleccionaban para completar la caja…
Al
mediodía por El Chinar, por el Tajo de la Quera, por la trocha de Trabanca
algunos niños – o niñas, que para el caso es lo mismo – bajaban a “llevar de
comer”. Era algo de comida caliente; era el amor de la casa, de lo poco que hubiera
para el padre, la madre, la hermana, el hermano… Alguien esperaba aquella
comida que casi bajaba del cielo. En los dos sentidos, en los dos.
Después
venían el acarreto al muelle y las maniobras del ‘tren de mercancías’ que
acercaba los vagones y la carga y la trompetilla del guardagujas que mandaba
los movimientos del tren y la maquina que pitaba cada vez que emprendía la
marcha y aquel portazo del cierre del vagón y el hombre que ponía un alambrito
y unía los extremos con un plomo apretando con unas tenazas enormes. Un día
supe que aquello se llamaba precinto…
Era la
‘faena’ de otro tiempo. No voy a entrar en cuestiones sociales de desigualdades
salariales ni condiciones de trabajo ni abusos de horarios, ni explotaciones a
menores (y a grandes) ni… Por supuesto que hubo de todo eso y bastante. Es mi
recuerdo de niño curioso que lo miraba todo y no entendía – como ahora – de
casi nada.
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