Noviembre,
25 martes
El
viajero, esta tarde fría y ventosa de este otoño que lleva a su final el mes de
noviembre, recuerda que, hace unos años -entonces era verano- llegó a donde el
tío Cirilo en Las Mestas hurdanas. El sol ya había pasado el mediodía, un río
de aguas cristalinas, verdes los pastos de las laderas, peladas las crestas de
la Sierra de Francia.
El tío
Cirilo vendía polen de flores libado por las abejas de las Batuecas o de Las
Hurdes que nunca se sabe hacia dónde vuelan las abejas o si simplemente se
dejan que las lleve el viento. Pero eso sí, siempre, vuelven a la misma
colmena.
Cantaba
un gallo detrás de una tapia; se espulgaban dos perros. Compró miel, caramelos
y “ciripolen”; pidió una cerveza y
tasajo. Es buena también la cecina y el queso agrio de cabras que pastan por
estas sierras. Son animales duros. Se adaptan al terreno.
Aprovechó
el buen tiempo de aquel verano y fue a donde no va casi nadie y, cuando lo tuvo
a bien se paró al borde del camino, respiró hondo y pensó en sus cosas. Es un
hombre raro según se mire y por parte de quien. Pero lo tiene claro y le gusta
andar a su aire.
Estuvo
por la mañana en el corazón de las Hurdes. En La Fragosa preguntó – porque es
muy preguntón - y obtuvo una respuesta que le espetó un hombre con surcos en la
cara y el cabestro sobre el hombro seguido por un mulo cano cargado de leña:
“aquí los caminos lo hacemos para nosotros y para las bestias”.
En la
puerta del Santo Desierto de San José entendió la vida de los hombres ermitaños
que un día decidieron probar eso que llaman otra vida. O sea, la vida
contemplativa; la de la clausura de los conventos cerrados a cal y canto.
A media
tarde en la sierra cantaba el cuco. El río – el río Batuecas – seguía su curso.
El río llevaba el agua clara, limpia. En las orillas crecían sauces y alisos
(ahora con tiempo de otoño se visten de oro viejo). Sabía que estaba en una
tierra donde dicen que cuando Cristo dio las tres voces, no lo oyó nadie,
porque no había nadie. Estaba gusto, muy a gusto, pero había que seguir camino…
Pepe, con tus relatos hacemos caminos por la infinidad de rutas de tus inmensos conocimientos plasmados en tus publicaciones diarias.
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