Octubre, 10 viernes
¿Sabes?
Siempre que escribo la palabra otoño, se me viene a la mente
Aranjuez. Aranjuez en otoño tiene un encanto especial, distinto; un encanto diferente al que tiene en los
otros días del año. Aranjuez es un oasis en medio de los páramos que lo rodean;
invita a hacer una parada en el camino. Allí se puede cumplir cualquier sueño y
en otoño, entonces, solo en otoño, alcanza todo su esplendor. Es como un
suspiro escapado del alma que se pierde hacia no sabemos adónde… ¿o sí se sabe?
Hay un murmullo sordo de hojas que bailan un vals. Solo ellas detectan las notas que salen de cuerdas invisibles: gimen quebradas en el silencio de los pasos. Bajaron lentamente, bamboleo sensual desde las ramas más altas de los plátanos, desde las copas de otros árboles que no alcanzaron esas alturas desde donde saludan el paso de las nubes, pero todas, indefectiblemente todas, alfombraron el suelo.
Paseo por las avenidas solitarias. Se aligeran de la frondosidad del verano. Toco con las yemas de los dedos los mirtos que orlan los paseos; los patos consumen las horas largas sin prisa, en el remanso del Tajo, regalo de Dios. Escucho cómo los silbos de los mirlos, en otoño, tienen un deje de melancolía como quien se prepara para un camino incierto que, además trae los consigo los fríos que ya vienen de camino.
Todo es un sueño, un sueño hermoso. Por el cielo se columbran las nubes, mitad plomizas, mitad espolvoreo de azúcar que las hacen como de algodón para que se relaman los ángeles golosos. Vienen de algún sitio, van para alguna parte. Y aunque uno se lo pregunte muchas veces ¿Adónde irán esas nubes?, y no esperase ninguna respuesta, siempre estará la mirada escudriñadora para verlas cómo se pierden por el cielo.
En la lejanía, entre jardines se escapa el río. Pasa lento, pausado, acaricia los muros del palacio, sin echar cuenta de los ojos que se miran en él y ven figuras de fantasmas en su fondo, figuras de capricho que crea la imaginación en su fantasía.
A esta hora en que ya el sol está bajo
en el horizonte y se han ido los curiosos… entonces es cuando hay que
aprehender todo de Aranjuez. Están maduras las bayas. Se extiende un manto de
silencio, la luz se apaga, y entonces, precisamente, entonces, uno cree escuchar
cómo se deslizan las notas por las cuerdas de los violines y se acuerda del
maestro Rodrigo… ¿Será el viento que juega entre las ramas de los almeces, los
alisos y los magnolios? No, no. Es una sonata de Aranjuez en otoño.
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