Río Yukón (Alaska)
Octubre,
2 jueves
Hace
unos días, un amigo me regaló la obra de Bert Daelemans, Ed. Fragmenta, 2020,
con ese título y un subtítulo Encuentros en Alaska. Es una obra de las
que se leen casi de un tirón. Engancha.
Su
autor, jesuita, nacido en Camerún, tiene un camino de formación con un gran
recorrido en EE.UU., Bélgica, India o Perú. Actualmente reside en Madrid. Su
paso por esos países más su formación como sacerdote, arquitecto y en el campo
de la filosofía le dan una visión de un mundo, el esquimal, con un tinte muy
humano y muy lejano a la sociedad occidental que tenemos al alcance de la mano.
Su orden
religiosa, la Compañía de Jesús, lo mandó a ejercer su ministerio a Alaska,
durante los meses de invierno, a una ciudad, relativamente pequeña, junto al
gran río (Yukón significa “río Grande”) que atraviesa de este a oeste,
hasta el mar de Bering donde desemboca el territorio enorme que abarca desde
Canadá al Polo Norte.
La
llanura inmensa, la soledad del paisaje helado, las temperaturas que alcanzan
hasta los -40º en lo más crudo del invierno, los vientos gélidos y el contacto
con la gente, propicia el nacimiento de una obra que participa de la vida
diaria, del estudio antropológico y social de una comunidad muy influenciada
por el chamanismo, por su deseo imperioso de conservar la naturaleza de la que
dependen, pero esencialmente solidaria y a su vez atosigada por el alcohol.
La
obra, como las vías del tren tiene dos carriles. El humano: la caza del alce,
la pesca de la ballena en verano o la pesca bajo el hielo con técnicas
primitivas y ancestrales; la comida donde entra desde el castor, la liebre el
conejo. El salmón, además es una fuente de energía que salva los momentos
peliagudos. Las comunicaciones dependen de la aviación, pequeñas avionetas
aterrizan en aeropuertos irrisorios y a veces tardan una infinidad en venir…
Por el
otro raíl va su manera de entender la religiosidad, su religamiento con el Ser
superior, el comportamiento social donde ocupa un lugar primordial el respeto a
los mayores que entronca con el culto a los muertos. En este caso como se hace
el duelo o como la solidaridad impera ante comportamientos de la vida social
que en nuestra sociedad occidental tendrían dificultad para encajar.
La obra
no es un diario, pero participa de esa manera de contar lo que ocurre con
pequeños relatos en una sociedad donde aparentemente no pasa nada, pero hay una
sucesión de hechos. A eso se le llama Vida.
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