19 de diciembre, jueves. Saulo
era un hombre poliédrico. Ciudadano romano (civis romanus sum, alegó en
su defensa) nacido en Tarso, Cilicia, el
año 5 de nuestra Era, con raíces judías, de la tribu de Benjamín, seguidor de la secta de los fariseos. Tuvo una
educación helenística. Hablaba arameo,
griego y, probablemente, latín.
Tarso fue un importante puerto
de mar, con ascendencia hitita, pueblo guerrero venido desde Asiria, que en la
Edad de Hierro descubrió las armas de metal, invencibles para los otros pueblos
de la zona y, sobre todos, para los babilonios, sus enemigos, que vivián en
Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates.
Tarso se comunicaba con la
meseta Central de Anatolia por un estrecho desfiladero conocido como las
Puertas Cilícicas por donde fluye el río Gokoluk. Lugar de tránsito para la
expedición de los Diez Mil descrita por Jenofonte en la Anábasis,
Alejandro Magno y la Primera Cruzada. Pablo de Tarso paso por allí camino de la
provincia romana de Galacia, donde se vivían los gálatas (procedían de la
Galia) a los que escribió una carta (Epístola).
Los fariseos defendían la
pureza sacerdotal, los rituales del Templo, y creían en la resurrección de los
muertos. Los saduceos, sus enemigos, negaban la inmoralidad del alma, la
resurrección, y la existencia de los ángeles.
Saulo, odiaba a los seguidores
de Jesús de Nazaret (cristianos) a quien seguían muchos judíos. Se trasladó a
Jerusalén y pidió a los rabinos autorización para ir a apresar a los creyentes
de la nueva religión asentados en Damasco.
Pudo seguir dos caminos: por la
actual Jordania o por tierras cercanas a la costa próximas a Haifa y los Altos
del Golán. Una luz lo cegó y lo arrojó del caballo. Con los ojos abiertos, no
veía. Una voz le dijo: “Por qué me persigues? Pregunto: ¿Quién eres? Jesús al
que tú persigues, respondió. Ve a Damasco preséntate a Ananías y te curará”.
Así lo hizo. Pasado tres días de curado, recobró la vista, recibió los dones
del Espíritu Santo y desde ese momento se va a llamar Pablo. Los judíos quieren
matarlo; lo deslizan en una canasta, de noche, por la muralla de la ciudad.
Es el apóstol de los gentiles.
Escribe epístolas a los seguidores de la nueva religión que viven, entre otras,
en Tesalónica, Corinto, en la Galacia, Éfeso, Filipos en Macedonia o Roma… Les
aconseja, les ayuda a perseverar en la fe. Murió decapitado en Roma. Ah, éste
fue quien escribió: “Podría hablar todas las lenguas de los Ángeles si no tengo
Caridad de nada me sirve…”
En la Encarnación de Alora, un
pintor anónimo de la Escuela Antequerana, seguidor del neederlandés Goltzius,
plasmó una colección, en fresco, de los apóstoles, entre ellos: san Pablo


No hay comentarios:
Publicar un comentario