13 de diciembre, viernes. Ítaca
es una pequeña isla, al sur del mar Adriático, en el mar Jónico. Algo así como
un brazo de mar que acoge una porción de tierra montañosa e inhóspita,
pedregosa y con pocas condiciones de vida que no fuese lo que podía sacar del
mar. De allí, dice la historia que fue rey Ulises.
De no ser por el padre Homero
que dicen que era ciego y escribió la Odisea, o sea las peripecias que
sufrieron después de la guerra de Troya aquella colección de seres míticos que
se las dieron por navegar por los mares cuando regresaban a su tierra. Ulises
era uno de ellos. Su ilusión era volver a Ítaca donde esperaba Penélope.
Cuentan que Ulises y sus hombres
navegaban por aguas unas veces turbulentas; otras, suaves y placenteras donde
rielaba la luna las noches claras o el sol de la mañana, cuando elevado sobre
el horizonte, seguía su camino, hasta que, llegada la noche, se encondía por
detrás de las montañas y, mientras, los hombres dormían y soñaban.
Remaban, esperaban vientos
favorables y otras veces quedaban anclados en la serenidad del mar esperando
vientos favorables. Los mares, en ocasiones, estaban llenos de peligros. Unas
veces eran otros hombres – aún no se llamaban piratas - y otras unos seres con
forma de pez y medio cuerpo de mujer. A esos seres las llamaban sirenas.
Ulises que era el responsable
de llevar a aquellos hombres y a la embarcación hasta Ítaca les dijo que
aquellos cantos, cantos de sirenas, los llevarían, invariablemente a la muerte.
Él para no dejarse embaucar y echarse en los brazos de aquellas hadas decidió
amarrarse, fuertemente, al palo mayor de su embarcación y les convino a todos
que nunca, nunca, se dejasen llevar por esos cantos.
En el siglo XXI, hay cantos
bellísimos que seducen y engañan a muchos hombres de buena voluntad y los
llevan por otros caminos – de tierra o de mar, da lo mismo – que no son los
caminos que llevan a generar el bienestar a todos los demás hombres, sino que
conducen a su propio bienestar por encima de lo que un principio se creyó que
era el bien de la comunidad.
El hedonismo – dicen que eso y
la autocomplancencia se dan la mano – el egoísmo, el desentenderse de las
necesidades de los demás que precisan de atención y de socorro es propio de
estas personas que tienen bellísimas palabras que todos firmamos y
comportamientos que se rechazan. Son los cantos de sirenas que amenazan sin que
nos demos cuenta… mientras Ulises sueña que un día llegará a Ítaca.
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