14 de diciembre, sábado. No lo
tuvo fácil. Se lo pusieron tan difícil como ella misma lo era en sí. Una ciudad
constreñida por un río seco casi siempre pero devorador de vidas cuando menos
se esperaba, aunque todos sabían que, casi siempre, era en otoño; un monte que
le permitió crecer a sus pies, pero poco muy poquito. Guadalmedina y Gibralfaro
eran entonces -ahora, ya no - como esos perros que amarraban con una cadena en
la puerta de la casa para que no pasase nadie.
Málaga romana creció poco, muy
poco; la Málaga árabe si se hizo más grande pero la muralla dijo hasta donde se
podía llegar. Por el otro lado el mar. Era un mar placentero sin que los
temporales arrasasen la bahía y cuando lo hacían era en contadas ocasiones y
con el viento de Levante…; los Montes de crestas peladas decían hasta donde se
bajaba un horizonte que casi se cogía con la mano.
La expansión de la ciudad
estuvo muy limitada. Por sol naciente, El Palo estaba tan lejos, que la gente
que residía allí se consideraba con entidad propia y era corriente la
expresión: “vamos a Málaga”. Cuando se construyó el tren de Vélez y
luego, el tranvía hubo un acercamiento en el tiempo, pero no en el espacio. Por
poniente, el río era la ‘segunda muralla’. Más allá de El Perchel, campos
sembrados de caña de azúcar, o en el rebalaje barrios de chabolas de pescadores
o barriadas para acoger a la gente que se venía de los pueblos a la capital con
el sueño de una mejor vida. Pienso ahora en Huelín, por ejemplo. El pueblo
sabio, como solo él sabe serlo, le puso un nombre: “sacaba” ( O sea se
acaba). Estaban ya las orillas del Guadalhorce un poco más allá y con ese río
no se juega.
Tenía solo una escapaba, Hoya
arriba (ahora por no sé que extraña razón a la Hoya de Málaga la llaman
Valle del Guadalhorce) pero los Prados, eran eso, prados de tierras pantanosas
y encharcadas donde se asentaba el ganado, ovejas y vacas en su mayor parte
haciendo tiempo para terminar en el matadero. (¿Se acuerdan ahora del porqué de
calle ‘matadero viejo’?), Campanillas estaba tan lejos que ni se intuía.
Quedaba otra huida, Teatinos
(más nuevo que viejo), la Colonia de Santa Inés que propiciaba en los tejares
materiales de construcción para la ciudad que se expandía y que al final del
Camino de Antequera se anclaba en el Puerto de la Torre.
Era otra, es por muchas cosas,
otra Málaga. Algún día hablaremos de ella.
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