11 de
diciembre, miércoles. Dicen que “aunque estaba la noche serena por todos los
campos la nieve caía…”; dicen que un lugar lejano, entre montañas, había un
establo y animales, y allí - en el establo - buscó refugio para pasar la noche
una pareja que iba de camino porque no había posada para ellos.
Dicen
que había una la llanura y que por la llanura corría un río de aguas claras. En
el río lavaban las mujeres y tendían la ropita limpia en el romero y en el
tomillo. Y que un gañán araba con una yunta de vacas, y que unos reyes venían
de lejos, de muy lejos… Los guiaba una estrella que no era de papel de plata,
no. Era una estrella de las de verdad.
Dicen
que allí, en aquella tierra la gente sigue matándose unos a otros y no han
aprendido nada de la lección de amor y de entrega que pregonó aquel Niño
perdido en el pesebre de un establo desde el silencio, ese que se escucha por
dentro pero que algunos no quieren oír.
Dicen
que ahora, casi al lado, la revoluciones – la radio informaba que no estaba
claro si habían salido de Málaga para entrar en Malagón – están tan sencillas
como los espárragos en los otoños lluviosos.
Dicen
otras cosas horribles. El hombre que gobernaba el país – es una expresión
retorica y poco más – lleva sobre sus espaldas una cifra cercana a cien mil
personas muertas, encierros horribles en cárceles de terror, tropecientos mil
exiliados que han buscado refugio en países del entorno o en otros más lejanos.
Dicen,
por si fuera poco, todo este calvario de sufrimientos que entre él y sus
familiares más allegados que ocupaban todos los centros de poder han expoliado
al país – que creían que era suyo – una cifra cercana a los veinte mil millones
de dólares…
De
verdad que me cuesta pensar que todo esto sea posible. A lo mejor uno va a
tener que creer que ciertas cosas son verdaderas. Pero, oigan, que cuesta admitir
que tanta barbaridad anide en el corazón de los hombres.
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