sábado, 28 de diciembre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mi vecino de enfrente



                             

                     Álora. El Hacho


28 de diciembre, sábado. Desde mi ventana, El Hacho, es mi vecino de enfrente. Desmochado ve como se columbran las nubes que según vienen del Golfo de Cádiz o de Levante andan caminos diferentes. Las que vienen del Océano traen el agua con la bendición de Dios; las otras… Bueno, de las otras, es mejor no hablar.

A los lejos, a la izquierda, la mole caliza de la sierra de la Huma - la sierra del Valle para otros - y esa sucesión de montes que nos cierran (como los Pirineos que nos separan de Francia cuando se estudiaban los límites de España) de las vegas feraces, ubérrimas a las que damos en llamar depresión del Guadalquivir, campiñas de Córdoba, Vega de Antequera…

Cierra, casi a sol naciente, el paisaje lejano El Torcal. El Torcal es algo serio. Siempre ahí. Siempre misterioso donde cada año se pierden un par o varios pares de senderistas sorprendidos por la niebla o porque no supieron seguir las rutas marcadas por las flechas. Todos, si ‘salen’ por su pie, lo hacen por el cortijo de los Navazos, junto a los Prados de Eslava donde nace el arroyo de las Piedras.

El cerro de la Fiscala, la Farola, el Cerrao, Santi Petri…en sentido descendiente buscan la mar que no se ve pero se intuye, y en las Cruces, hacen que se den la mano los términos municipales de Álora, Almogía y Cártama y, un poco más abajo, el arroyo Rabanero, el del cante por verdiales. Sí, aquel de: “En el arroyo Rabanero / el dinero es el que pita / se echa una novia un obrero / viene un rico y se la quita”.

Y en medio, el río, el nuestro, el Guadalhorce y, a ambos lados, entre los limoneros, salpicadas, multitud de casitas blancas echadas a voleo por la mano divina que las puso donde quiso y porque quiso y, el río que se pierde y busca donde es su morir natural, porque herido de muerte va y no por decisión de él, sino de otros. Ustedes me entienden.

Ahora las lomas se han puesto el mantoncillo verde, ese que viene de la mano de las sementeras que comienzan a romper la concha de la tierra porque es el tiempo de aflorar y luego, cuando llegue la primavera nos dirán como se presentan los trigos y las leguminosas y esas páginas del libro abierto que siempre es el campo.

 

 

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