25 de diciembre, miércoles. Escribo
un día frío de Navidad. Desparramo la vista por los anaqueles y tropiezo con un
viejo libro, Sinfornía Siberiana. Lo compré en Moscú, Editorial Progreso
1984. Gobernaba entonces Chernenko, sustituto de Andropov; esperaba Gorbachov...
Volamos desde Madrid, vía Viena,
a Moscú, aeropuerto de Sheremeievo. Iniciaba una aventura soñada desde niño. Comenzaría
el Transiberiano. En mis oídos resonaba la voz aflautada de don Emilio Mandly…
“Los tres grandes ríos de Siberia son Obi, Yenisei y Lena”.
Una guía de la Intourist nos
acompañó desde Madrid. Moscú nos recibió en una tarde de mediados de verano. De
vez en cuando, cruzaba la calle una pancarta escrita, obviamente, en caracteres
cirílicos, y una foto de Chernenko…
- ¿Qué dicen esos mensajes? Pregunté.
- “El presidente Chernenko
les desea la paz a todos los ciudadanos del mundo”. (Explicatio non petita…).
Eso no lo había visto en ningún otro lugar y uno tiene andado algunos caminos.
Sobre los cables de los trolebuses,
otro pequeño mensaje…
- Y ¿ese?
- Stop. Está dirigido a
los automovilistas. Jamás - pensé - habría podido conducir por Moscú.
Varios días después subíamos al
Transiberiano. Casi entre dos luces atravesamos el río Kama. Me pareció
descomunal, inmenso. En una noche de tormenta atravesamos los Urales. Me rindió
el sueño. Nos amaneció con el tren parado en medio de un bosque. Unos de los
despertares más bellos de mi vida. Todo era una sinfonía – otra – de luz. Entre
el verdor se filtraban los rayos del sol. Poco después, el tren paró en Sverdlovsk.
La primera ciudad de Asia. Ahora se llama Sheremétievo. De allí llegó Boris
Yeltsin. En Ulan Udé se desviaba una rama del tren hacia Ulan Bator, la capital
de Mongolia.
Varios días después,
llegábamos, al atardecer, a Novosibirk (cuando escribo estas líneas están a
-17º) Hacía calor, el calor propio de Siberia en verano. El encuentro con el
Obi fue algo así como el reencuentro con un viejo amigo que me esperaba desde
hacía mucho tiempo…
Por el río Angará fuimos a Irtuks.
Recordé a Miguel Strogov y aquellas lecturas de cuando muchacho. De regreso a
Novosibirk nos pidieron si podría compartir ratos de nuestra estancia con
personas que estudiaban castellano. Me asignaron una chica que se llamaba
Margarita y hablaba un español mejor que le mío.
Me habló de la Subbética con un
conocimiento exhaustivo. Le manifesté que su nombre no era muy ruso; su
expresión lingüística, tampoco, y sus conocimientos… ¡deslumbrantes! Me dijo
que había nacido en Argentina, su padre estaba en la misión diplomática, y
había estudiado en Madrid…
Novovisibirk deparó más
sorpresas. ¡Tantas! Imposible resumirlas. Nos despedimos, a pie de tren. Seguía
camino de Jabárovsk donde se unen el Amur con el Ussuri. A los occidentales no
nos permitían llegar a Vladivostok….
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