viernes, 18 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tu que estás en par del río





Álora es ibera, romana, cartaginesa – por muy poco tiempo -  mora y cristina. Álora es eso y algo más. Álora es un compendio de esencia que dejaron las civilizaciones y los viajeros que por los diferentes caminos llegaron hasta su suelo.

Ibera en los alfares del Arroyo Hondo. Ese que baja desde La Viñuela del Solado, entre Uriquí y las tierras que formaban los pagos de la villa. Ese que va hasta el río por el que subieron los fenicios. Buscaban trigo y aceite. Comerciaron con lo que aquí se daba.

Romana en Canca, termas – hoy  solo ruinas-  donde la vida social se curtía en torno al baño, al agua que manaba desde los más hondo de sus entrañas por sus fuentes. Romana en los ‘ilurenses’ que dejaron cantidad de restos arqueológicos esparcidos por las laderas y por las lomas donde crecía con abundancia el cereal.

La ‘Torres de Anibal’, vestigio cartaginés – hoy solo en el recuerdo de dos monedas de oro en el Archivo Histórico Nacional y que yo no he logrado ver – sobre la cañada del Chamizo, dejaban constancia de una vía de comunicación desde  Malaka, en la orilla del mar, y las tierras interiores, al otro lado de la cordillera, en las llanuras que fertilizaba el Guadalquivir.

Mora en su castillo. Antes del año mil ya Abderramán, el tercero, el más grande los Califas de Occidente llega a sus puertas. Va camino del cerco de Bobastro. Luego, - ya se sabe – intentos baldíos de conquista. Fracaso tras fracaso de reyes castellanos. Un romance épico: ‘Álora, la bien cercada’. La muerte del Adelantado… Reyes Católicos, rendición; final de un tiempo.

Cristiana en ese chorreo blanco – albaicín de calles recoletas, íntimas y embrujadas en las noches de luna; en las otras, también, en el barranco – escapado de la Vía Láctea que se esparce a modo de capricho a los pies del Monte Hacho…

Álora, desde las cumbres es una postal que compite en belleza con lo más hermoso que pueda ofrecérsele, o sea, su cielo azul, su vega verde salpicadas de casitas blancas, a sol naciente por los Lagares,  o ese Monte Redondo, pespunteo de montañas por donde el sol entorna la puerta cuando se va el día…

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