Lo escribió el Maestro Alcántara – nuestro Maestro de cada
día, como el pan, como el cielo, como la luz que nos alumbra – un día de no sé
cuánto tiempo: “Por la mar chica del puerto / andan buscando los buzos / la
llave de mis recuerdos”.
Málaga. Tarde de invierno. Cielo
azul y gaviotas en el cielo. Al fondo la farola – otros puertos tienen faro, pero
ya ven, en Málaga somos así y, aquí,
tenemos, farola – se refleja ¿como los ojos aquellos en el espejo? Sí, sí, pero
ahora ha preferidos la mar del puerto.
Al fondo, casi donde termina el
espigón, tres barcos de esos que mueven las antenas cuando recortan el
horizonte y navegan por las costas sin perder de vista ese lugar donde el cielo
y el mar simulan que se unen y luego, cuando les parece, entonces miran a la
tierra…
¿Dónde el niño aquel que se
asomaba al azul en las horas muertas de la tarde? Su madre dejaba pasar el
tiempo y el niño que era de tierra adentro, siempre preguntaba, ¿y, hoy no vamos a ir a ver los barcos? ¿Dónde aquel parque de palomas que picoteaban
las migas en el suelo, y los mirlos que aleteaban entre los árboles frondosos?
Detrás de los plátanos
orientales la torre de la catedral, y el bullicio y los guardias urbanos que
regulaban el tráfico con un silbato y un casco blanco, y los carros lentos cargados
de sacos, y aquel tranvía que iba a
Huelín, o a El Palo… “Un tranvía de sol con jardinera “… ¿Ves?, otra vez tú,
Maestro.
Esperaba el tren en la
estación. Se iba la tarde. En Casa
Catalina, vendían cartuchos de pulpos fritos, y en las barandillas de la
explanada ramos de plátanos, y toritos
de muselina tintada de negro, y tú, mamá, me llevabas de la mano, y hoy, precisamente hoy, que cumplo setenta y
dos años te recuerdo, a ti y a papá de quien no sé si lo que afluye a mi mente
es realidad o fantasía de niño, y, ahora, cuando tengo que dejar de escribir porque no me dejan
las lágrimas, me parece que siguen, aún los buzos, empeñados en la búsqueda de
los recuerdos….
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