10 de
enero. Todavía queda el regusto amargo del fracaso futbolístico en La Rosaleda.
(Málaga CF. 0; Reus Deportivo, 3). He dejado que pasen unos días. Ahora han
puesto de moda que no se puede legislar en caliente; escribir, probablemente,
tampoco. Por eso he preferido que se sedimenten un poco el berrinche. Se puede cambiar de muchas cosas; de
sentimientos, no.
Lo de
menos es perder. Si el contrario es superior se acepta aunque no guste la
derrota. Lo demás es como ha ocurrido. Un equipo roto, sin posición, sin ideas,
sin garra, sin ilusión. Fruto de la tristeza de su entrenador y de la
mediocridad del equipo.
La
gente, en la mediación del segundo tiempo, abandonó el campo,
sin ni
siquiera protestar. Quizá, esta protesta silenciosa, sea más potente que el
escándalo. ¡Con qué facilidad se hace añicos
la esperanza de la gente que acude a un estadio a soltar adrenalina y a
olvidarse por un rato de tanto agobio diario!
Las
gradas de un campo de fútbol son el espejo limpio de la frustración humana. Los
deseos insatisfechos, las ilusiones que no se alcanzan, las situaciones
personales que la sociedad nos obliga a esconder bajo el oropel de eso que se
llama urbanidad, salen solas, desde el interior de la olla a presión que es el
hombre. Se abre la válvula. Como aquella que permitía salir el vapor que
empujaba a la máquina del tren. Llegaba a la estación y lo dejaba escapar. Lo
invadía todo. Lo llenaba todo y la gente quedaba envuelta en una nube.
Aparentaban esconder su realidad. Emergían como fantasmas de un mundo irreal.
Hacía
frío. Mucho frío, en el asiento helado
de la grada. Se percibía en las rodillas y, lo que puede ser aún peor, un frío
interior que te hacía una pregunta sin respuesta. ¿Qué hago yo aquí?
Mi
amigo José María se entretuvo en mandar unas palabras de consuelo rayando en
eso que algunos llaman pésame. Otros, - es mi caso – lo tomamos por chufla pero
claro como viene de un amigo querido, se le admite.
Ahora
viene la batería de paños calientes por parte de una parte de la prensa
pesebrera; la otra, ha estado en su sitio. Ha llamado las cosas por su nombre
y, al aficionado de a pie, se nos quedad una cara de tonto…
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