La lechuza llegaba al palomar a
altas horas de la madrugada. La lechuza tenía un vuelo sigiloso y los ojos
redondos y grandes, muy grandes para ver mejor en la oscuridad. La lechuza
venía de otros palomares o de algunos sitios lejanos sin que nosotros nunca nos
percatásemos.
Cruzaba bajo un cielo de
estrellas frías y distantes en las noches de invierno. La escarcha comenzaba a
bajar a la yerbabonita - que a esas
horas tenía cerradas sus flores amarillas - de la huerta y un frío de helor
subía hasta la cara y se colaba en los huesos.
De pronto se producía, en el
silencio, un ruido sordo, misterioso y
opaco en el palomar. Las palomas intentaban huir de la muerte cercana. La
presentían en las garras de la lechuza, en su pico encorvado y duro, en sus
ojos penetrantes y redondos, como es redondo el pozo de la muerte, ese maldito
pozo que todos tenemos en la mente.
La lechuza iba a lo suyo. La subsistencia
le imponía esas visitas a los lugares donde ella sabía que tenía la provisión
ganada. Ahora los periódicos hablan de hombres, otros hombres que buscan su
provisión en el hambre y en la desesperación de otros donde tienen presas
seguras.
A ratos, pero solo de vez en
cuando, ladraban los perros. Los perros venteaban a otros perros que andaban
por los caminos; a los zorros que bajaban de la sierra buscando alguna gallina
que se había quedado fuera del gallinero y encaramada en el pimpollo del granado de la esquina o entre
la frondosidad de los naranjos espera que llegase el día.
Algunas veces, también, bajaban
los jabalíes que han perdido el susto y se acercaban a hozar en busca de las rabizas
de batatas. Alguien, de los que vuelven tarde a recogerse, los ha visto alguna
noche… Hay, me dijeron, una madre y
lleva una cría de rayones preciosos.
La lechuza se iba del palomar
antes del amanecer. La luz del lubricán daba paso a la del alba y, luego,
al día que rompía, desde el otro lado de
las montañas azules, entre colores celestes, malvas, violetas… Se apagaban las
luces de los hombres y llegaba la del día, o sea la Luz de Dios…
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