viernes, 25 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Amanecida





La lechuza llegaba al palomar a altas horas de la madrugada. La lechuza tenía un vuelo sigiloso y los ojos redondos y grandes, muy grandes para ver mejor en la oscuridad. La lechuza venía de otros palomares o de algunos sitios lejanos sin que nosotros nunca nos percatásemos.

Cruzaba bajo un cielo de estrellas frías y distantes en las noches de invierno. La escarcha comenzaba a bajar a la yerbabonita  - que a esas horas tenía cerradas sus flores amarillas - de la huerta y un frío de helor subía hasta la cara y se colaba en los huesos.

De pronto se producía, en el silencio, un ruido sordo, misterioso  y opaco en el palomar. Las palomas intentaban huir de la muerte cercana. La presentían en las garras de la lechuza, en su pico encorvado y duro, en sus ojos penetrantes y redondos, como es redondo el pozo de la muerte, ese maldito pozo que todos tenemos en la mente.

La lechuza iba a lo suyo. La subsistencia le imponía esas visitas a los lugares donde ella sabía que tenía la provisión ganada. Ahora los periódicos hablan de hombres, otros hombres que buscan su provisión en el hambre y en la desesperación de otros donde tienen presas seguras.

A ratos, pero solo de vez en cuando, ladraban los perros. Los perros venteaban a otros perros que andaban por los caminos; a los zorros que bajaban de la sierra buscando alguna gallina que se había quedado fuera del gallinero y encaramada en  el pimpollo del granado de la esquina o entre la frondosidad de los naranjos espera que llegase el día.

Algunas veces, también, bajaban los jabalíes que han perdido el susto y  se acercaban a hozar en busca de las rabizas de batatas. Alguien, de los que vuelven tarde a recogerse, los ha visto alguna noche…  Hay, me dijeron, una madre y lleva una cría de rayones preciosos.

La lechuza se iba del palomar antes del amanecer. La luz del lubricán daba paso a la del alba y, luego, al  día que rompía, desde el otro lado de las montañas azules, entre colores celestes, malvas, violetas… Se apagaban las luces de los hombres y llegaba la del día, o sea la Luz de Dios…




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