domingo, 20 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Día de invierno




Día gris; frío. Nubes altas. Cuando se echa el viento, a ratos llueve.  Una lluvia desganada y casi forzada. Baja a tierra con el compromiso de quien tiene que hacer algo contra su voluntad. Hace un día de chimenea y libro al alcance de la mano. Troncos, crepitar de llamas…

Dice el hombre del telediario de puertos cubiertos de nieve. Son familiares, como el amigo que escribe un par de cartas al año en fechas señaladas, Leitariergos, San Isidro, El Pontón, Pajares… Desde hace unos años falta a la cita la Bonaigua entre Viella y Esterri d’ Aneu . ¿No lo conocen? En verano, algo de ensueño.

La Sierra de la Nieve, aquí, al lado,  entre Tolox y Yunquera – lo recoge la foto de Miguel López Portillo – se ha echado sobre los hombros el mantoncillo blanco…

Se frotan las manos las estaciones de esquí. La información, exhaustiva. Antes solo hablaban de Navacerrada, Sierra Nevada,  y algunas estaciones del Pirineo; ahora, no. Hay sitios donde la gente va a esquiar en León,  en Aragón, o a ese de la Covatilla, en Gredos,  que nos suena algunas veces porque allí, en su cumbre, remata una de las etapas de la Vuelta Ciclista a España…

Sopla, ahora, cuando escribo estas líneas un viento malhumorado. Este es otro que cuando viene del norte. En estas fechas corta la cara como cuchillas de afeitar nuevas. Hiere con profundidad y se filtra por las bufandas como quien toma posesión de algo que es suyo.

Cuando yo era niño, en los libros de Geografía, dibujaban el  invierno como un viejo aterido de frío envuelto en trapos, abrigos y mantas; un sombrero sobre la cabeza. A los niños esa imagen nos llamaba la atención y nos admiraba que la primavera fuese una muchacha joven y aligera de ropas. Ahora que me acerco a la vejez siento compasión por el viejo, quizá esté pensando en un espejo… No sé, no sé.

Día gris. Hace frío. Es uno de esos días que tienen que llegar cada año para valorar lo que se pierde en ocasiones. Está el cuerpo muerto de frío por fuera. Por dentro, en el alma,  el frío es mucho más intenso. No hay nadie bien nacido que no esté tirando de miedo con el pensamiento puesto en un niño de dos años… ¡Ay, aquél domingo! ¡Dios mío, Dios mío!



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