Día gris; frío. Nubes altas.
Cuando se echa el viento, a ratos llueve. Una lluvia desganada y casi forzada. Baja a
tierra con el compromiso de quien tiene que hacer algo contra su voluntad. Hace
un día de chimenea y libro al alcance de la mano. Troncos, crepitar de llamas…
Dice el hombre del telediario
de puertos cubiertos de nieve. Son familiares, como el amigo que escribe un par
de cartas al año en fechas señaladas, Leitariergos, San Isidro, El Pontón,
Pajares… Desde hace unos años falta a la cita la Bonaigua entre Viella y
Esterri d’ Aneu . ¿No lo conocen? En verano, algo de ensueño.
La Sierra de la Nieve, aquí, al
lado, entre Tolox y Yunquera – lo recoge
la foto de Miguel López Portillo – se ha echado sobre los hombros el mantoncillo
blanco…
Se frotan las manos las
estaciones de esquí. La información, exhaustiva. Antes solo hablaban de
Navacerrada, Sierra Nevada, y algunas
estaciones del Pirineo; ahora, no. Hay sitios donde la gente va a esquiar en León,
en Aragón, o a ese de la Covatilla, en
Gredos, que nos suena algunas veces
porque allí, en su cumbre, remata una de las etapas de la Vuelta Ciclista a
España…
Sopla, ahora, cuando escribo
estas líneas un viento malhumorado. Este es otro que cuando viene del norte. En
estas fechas corta la cara como cuchillas de afeitar nuevas. Hiere con
profundidad y se filtra por las bufandas como quien toma posesión de algo que
es suyo.
Cuando yo era niño, en los libros
de Geografía, dibujaban el invierno como
un viejo aterido de frío envuelto en trapos, abrigos y mantas; un sombrero
sobre la cabeza. A los niños esa imagen nos llamaba la atención y nos admiraba
que la primavera fuese una muchacha joven y aligera de ropas. Ahora que me acerco
a la vejez siento compasión por el viejo, quizá esté pensando en un espejo… No
sé, no sé.
Día gris. Hace frío. Es uno de
esos días que tienen que llegar cada año para valorar lo que se pierde en
ocasiones. Está el cuerpo muerto de frío por fuera. Por dentro, en el alma, el frío es mucho más intenso. No hay nadie
bien nacido que no esté tirando de miedo con el pensamiento puesto en un niño
de dos años… ¡Ay, aquél domingo! ¡Dios mío, Dios mío!
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