Don José Oropesa era un hombre
bueno. A nosotros nos enseñó “a llevar
palabras de la mano”, nos contaba historia que nos dejaba embobados y nos
repetía un Dictado que nos sabíamos de memoria. Comenzaba: “Resonaba en el fondo
de la galería un piano destemplado que parecía balbucear de mala gana…”
Don José tenía sobre su mesa
una figura de un negrito con una ranura en la cabeza por donde se suponía que
debíamos introducir alguna monedilla cuando se hacían las colectas para las
Misiones y esas cosas.
Sobre el testero principal lo
normal que había en las clases de las escuelas inmundas, malolientes y llenas
de humedad de aquel tiempo. Las fotos, de ambos dos, a cada lado de un Cristo
de latón crucificado sobre una cruz de madera negra. Tenía clavadas las manos y los pies… Eso es otra historia.
En uno de los laterales había
un mapa de hule ajado y donde las Islas Canarias aparecían encerradas en un
recuadro en un lugar cercano a las Islas Baleares. Don José con un puntero
señalaba los cabos, los golfos, los mares… Nosotros cantábamos casi al unísono
aquello de “España limita al norte…”
En el testero del fondo una
estampa de Murillo representaba a la Inmaculada. La estampa estaba protegida
por un cristal lleno de polvo. Bajo la
estampa una pequeña repisa de madera y unos tarros de cristal manchados por el
agua.
Cuando llegaba mayo, don José,
al llegar la hora de salida siempre celebraba el ‘mes de mayo’. Los niños que
tenían flores en su casa llevaban algunas rosas, ramos de celindos, azucenas,
unas clivias que nosotros no sabíamos cómo se llamaban y decíamos que eran
azucenas colorás…
Don José cantaba bien. Entonaba
algunas canciones marianas e indefectiblemente nunca faltaba el “venid y vamos todos con flores a María…” Ahora, que
me debo estar haciendo muy viejo porque me afloran con mucha facilidad todos
estos recuerdos, he escuchado en mi interior un coro infantil, sentado en pupitres
bipersonales, con tinteros de porcelana que cantaba y cantaba. “…. que Madre
nuestra es”. Y alargaba “ nueeestra eeessss”.
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