Dicho así, de corrido un nombre de mujer y dos
apellidos, no dicen más que otros. Si aparece ‘Tía Anica, la Piriñaca’, como es
reconocida en el mundo del Cante, la cosa cambia. Estamos ante una de las
gitanas – solo tenía una parte, un octavo – grandes que ha dado al cante Jerez
de la Frontera donde nació y murió con 88 años.
No tuvo la vida fácil. El único regalo se lo
concedió Dios con arte a raudales. De niña vivió en el campo. Tuvo contacto con
la tierra y con el cortijo. Casada con gitano y viuda, relativamente joven, cargada de niños. Sacar a los hijos adelante
no fue un camino de rosas. En los años cincuenta, don Antonio Mairena le abre
puertas, o sea, le ayuda.
La Bulería y la Seguiriya se quedaron
incompletas cuando faltó su cante. Lo llevaba dentro; le salía de los más hondo.
“Me tengo que aguantar solía decir”. Cantaba con un pañuelo en la mano que se
pasaba por los labios. En una ocasión afirmó que su cante venía de la pena y su
boca, cuando cantaba a gusto, le sabía a
sangre…
Caballero Bonal dijo de ella haberla visto por
las tabernas de Jerez cambiando cante por unas monedas. Se desaprovechaba el
enorme caudal de verdad humana y dramatismo expresivo que atesoraba esta mujer.
Como gitana era un genio “oscuro y elemental”.
Un ser privilegiado con una rara intuición para el arte con el que nacen muy
pocos. Cuando se van estos seres el vacío es enorme; el hueco, irrellenable.
Salvador Pendón dejó dicho de ella que cuando
arrancaba su cante se percibía “la razón y el corazón, desde el primer momento”
y, agregó, que “los fundamentos éticos de los que nace tienen validez por
encima incluso de las debilidades formales”.
De hecha hace pública una seguiriya grabada con
la guitarra de Manuel Parrilla: “Qué desgracia la mía / hasta en el andar / que
los pasos que palante doy / se me vienen atrás…”
Vivió en el barrio de Santiago. Quiso morir en
su barrio donde pidió que la trasladasen. Nació en 1899, murió en 1987. Ella
lloró mucho en vida; el cante, la lloró en su muerte.
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