Alguien
dijo que si se juntan tres de Lucena hacen una nave, si son de Cabra forman una
romería, y si son de Álora arreglan el mundo. El viajero sabe que es una
exageración. Lucena es un emporio económico. Salta a la vista. Canta desde lejos.
Cuando
llegó, Lucena estaba en las fiestas de
la Virgen de Araceli. Es un espectáculo la ofrenda floral de la tarde del
sábado. La ha visto en otras ocasiones. En esta, no. Llegó al día siguiente
porque así estaba programado. La gente llenaba las calles.
Lucena
está a los pies del monte. El monte Aras. Otras veces ha subido. Lo leyó y lo
transmite. De regreso de Roma el II marqués de Comares, devoto de la Virgen de
Porta Coeli, trae una imagen. Una tormenta
espantó el séquito de mulas. Pasan unos días, la mula portadora comía en
el monte… ¡Señal divina! Allí edifican un santuario. Las vistas desde la cumbre: únicas. Dicen que
en los días claros se ven las costas de África. El viajero nunca ha tenido esa
suerte.
Se
adentra en la ciudad. Se para donde Madre de Dios. El convento franciscano está
cerrado. Le sorprende la leyenda en la portada: español, hebreo y árabe. Es la
primera vez que ve una cosa así en los indicadores de monumentos. Luego, se
cerciora que es norma de la ciudad. Aparece en más sitios.
Por
encima de las Sierras Subbéticas, a eso de mediodía, se levantaron nubes de
tormenta. Primero, nimbos y cúmulos
sobre la Sierra de Cabra. Después, a medida que avanzaba la tarde, las nubes se tornaron
negras y, en la lejanía, lo entoldaron todo. El cielo se puso oscuro y
misterioso.
Se
barruntaba la tormenta. Llegó. Primero, relámpagos lejanos; luego, truenos perdidos y, apareció la lluvia. Luis Barahona
de Soto, en su escultura, en la Plaza Nueva soportaba la lluvia; el viajero
buscó refugio. Antes, tomó nota: “Fue uno de los más famosos poetas del mundo,
no solo de España”. Si lo dijo Cervantes…
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