Y, entonces, Dios un día que a lo mejor estaba hasta aburrido, se puso a pensar y
dijo, en voz alta para que lo escuchase todo el mundo pero como no había nadie
lo escuchó solamente, El: “Hágase la luz”. Y la luz se hizo.
Lo cuenta la Biblia en ese
libro tan grande que, por lo que dicen, entero, lo que se dice entero, solo lo
han leído los protestantes y según de qué iglesias, porque todos, parece que
como que no. A ese día se le llamó, Día
Primero.
Y se puso en marcha la
Creación. Y, anda que seguro cuando Dios ve ciertas cosas que hacemos los hombres
puede que se diga para sus adentros. “Me he lucido, ahí me he lucido pero como
les di la libertad pues luego ha venido lo que ha venido”.
Dios encontró que aquello funcionaba y fue creando
y creando y creando. Decidió – hay quien dicen que bastantes años después, bastante después – crear un río
grande. Muy grande. Le dio nacimiento entre las Sierras de Pozo y Cazorla que,
naturalmente, no se llamaban, en aquel tiempo, de esa manera y le dijo: y te vas a ir al mar,
a otro mar también muy grande pero mientras sí y mientras no, tu también serás
mar, pero solo por un tiempo…
Y el río, cuando las tierras se
fueron yendo a su sitio, tomó el camino señalado y se fue en busca de ese mar
que Dios le había indicado. El río era
travieso. Algunos ríos, como los niños pequeños, se hacen traviesillos y empezó
a extender sus aguas y las dejó a manera de marisma para que pastasen
caballos y toros – que por más que se
intentó no llegaron a tener los ojos
verdes – y aves, tantas, tantas que cuando levantan el vuelo, a veces, hasta el
sol se oscurece…
Y pasó mucho tiempo, mucho
tiempo y dejó pinceladas rosas en sus amaneceres y transformó, en espejo, sus
aguas. En ellas se miraban los árboles
de la ribera y las nubes de paso… Gozaba la gente.
La verdad que todo,
exactamente, no fue así, pero pudo serlo. Y, entonces, a uno se le ocurren esas cosas…
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