miércoles, 23 de mayo de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luz del río



Y, entonces, Dios  un día que a lo mejor  estaba hasta aburrido, se puso a pensar y dijo, en voz alta para que lo escuchase todo el mundo pero como no había nadie lo escuchó solamente, El: “Hágase la luz”. Y la luz se hizo.

Lo cuenta la Biblia en ese libro tan grande que, por lo que dicen, entero, lo que se dice entero, solo lo han leído los protestantes y según de qué iglesias, porque todos, parece que como que no. A ese día se le llamó,  Día Primero.

Y se puso en marcha la Creación. Y, anda que seguro cuando Dios ve ciertas cosas que hacemos los hombres puede que se diga para sus adentros. “Me he lucido, ahí me he lucido pero como les di la libertad pues luego ha venido lo que ha venido”.

Dios  encontró que aquello funcionaba y fue creando y creando y creando. Decidió – hay quien dicen que bastantes  años después, bastante después – crear un río grande. Muy grande. Le dio nacimiento entre las Sierras de Pozo y Cazorla que, naturalmente, no se llamaban, en aquel tiempo,  de esa manera y le dijo: y te vas a ir al mar, a otro mar también muy grande pero mientras sí y mientras no, tu también serás mar, pero solo por un tiempo…

Y el río, cuando las tierras se fueron yendo a su sitio, tomó el camino señalado y se fue en busca de ese mar que Dios le había indicado. El río  era travieso. Algunos ríos, como los niños pequeños, se hacen traviesillos y empezó a extender sus aguas y las dejó a manera de marisma para que pastasen caballos  y toros – que por más que se intentó  no llegaron a tener los ojos verdes – y aves, tantas, tantas que cuando levantan el vuelo, a veces, hasta el sol se oscurece…

Y pasó mucho tiempo, mucho tiempo y dejó pinceladas rosas en sus amaneceres y transformó, en espejo, sus aguas. En ellas se miraban  los árboles de la ribera y las nubes de paso… Gozaba la gente.

La verdad que todo, exactamente, no fue así, pero pudo serlo. Y, entonces, a uno se le ocurren  esas cosas…




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