Nepal está, desde hace unos días, de primerísima actualidad.
No es por la belleza de sus paisajes ni por los nombres de esas montañas que
escalan los hombres amantes del riesgo y que vienen de otros países, ni por lo
pintoresco de algunas de sus costumbres. No.
Nepal está en el salón de nuestras casas de la mano de los
telediarios. Allí, la tierra ha temblado. Se ha sembrado de muerte toda la
zona. La gente ha sabido, a pesar de no saber ni por dónde queda, que es un
país sumido en la miseria, en el abandono y en manos de gobernantes corruptos e
ineptos.
En Nepal se ha hecho palpable lo que es vivir anquilosado en
una edad que en los países desarrollados se llamó Edad Media y que por allí aún
no tenía visos de que se superarse. Es más parece que ahora, por si no tenían
bastante, hasta han retrocedido a otras edades anteriores.
En su territorio está el pico más alto del mundo, el Everest
y seis de los ocho picos más altos del planeta. En su suelo nacen, entro otros,
dos ríos míticos: el Ganges y el Indo. El animal que lo identifica es el yaks,
mitad buey, mitad bestia de carga. Hasta ahora vivían por debajo del umbral de
la pobreza. Lo que va a venir, se supone.
El terremoto que lo ha asolado ha dejado muertos y
desaparecidos que se cuentan por miles. Ha hecho imposible que la ayuda ni
siquiera llegue; la destrucción es de tal magnitud que todo es un caos. A
veces, a eso que llamamos ‘madre naturaleza’, de madre tiene más bien muy
poquito. A los hechos me remito.
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